—¿Lida, eh? El gusto es mío sin duda—sonreía, siempre atento al juego, pero tan cordial y entusiasta como antes. Unos segundos más allá vino la jugada de Satoru, que debió ser muy buena, pues al contrincante hasta le cambió el color de la cara. El pelinegro se tomó el tiempo de estirar los brazos, volviendo a mirar a la hasta entonces desconocida—. ¿Qué vas a hacer más tarde? ¿Qué tal una limonada bien helada, saliendo de aquí?
@Satoru Satomura: No me refería a eso..eh.. ah.. — tal vez él no pareció escucharla bien, pero ella le había preguntado si se conocían, pero al no recibir una respuesta esperada, se tuvo que conformar con la efusividad del hombre cuando le hablaba.— cla-claro, un gusto Satoru, puedes llamarme Lida. — no se tomó la molestia de extender la mano, pues sabía que él yacía más concentrado en el juego que otra cosa.— quizás es mejor esperar a que termines de jugar.. —se limitó a observar el juego un rato más, expectante de quién ganaría.—
—¡Por supuesto! Conozcámonos—fue la entusiasmada respuesta del hombre, quien asentía con la misma deslumbrante sonrisa. Bien sabía que las palabras de ella eran una pregunta, pero había escogido tomárselas como una invitación—. Soy Satoru, y juego ajedrez—agregó, regresando su atención al tablero ya que recién el adversario había hecho su jugada.
— Estaba muy concentrada bebiendo su lata de energizante, e incluso su mirada iba de reojo hacia algunas mesas de la cafetería en donde se efectuaba aquel juego de ajedrez; quizá la principal atracción del lugar. De un momento a otro, percibió el cruce de miradas que se produjo con aquel hombre de la mesa, y, antes de poder evadirle, notó aquel amigable saludo que venía acompañado de una sonrisa. Lida arqueó una ceja algo extrañada de aquel gesto, pero así como él, asintió con su cabeza y elevó un poco la mano diestra para saludar.— ¿Nos conocemos? — irrumpió en voz baja al terminar de tomar su bebida.—
En un momento de distracción, volteó hacia un lado y sus ojos se cruzaron con los de aquella castaña a unas cuantas mesas de distancia. Eran perfectos extraños, pero le sonrió con serenidad y la saludó con un gesto de la mano, como si ya se conocieran.
En cuanto a él, iba al gimnasio a “ejercitarse” jugando ajedrez en las mesas de la cafetería, razón por la cual vestía de traje en lugar de ropa deportiva. No tenía prisas por volver a mirar el tablero, pues esperaba la movida del contrario, un preparador físico que ahora tomaba un descanso.
