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Mientras todos disfrutaban de la fiesta, se sentó al lado de Kalim y dejó en su cabeza, sostenida entre su oreja y su pañuelo, esa flor desértica. Luego le sonrió. —¿Puedes acompañarme un momento? Quiero darte algo.
 
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Mientras ponía el anillo en su dedo, notó las lágrimas que brotaban en los expresivos ojos del mayor. —¡Espera, Kal-! —Lo interrumpió el abrazo y luego las palabras que lo hicieron sonreír. Lo abrazó con suavidad, pero envolvente, antes de volver a hablar—. Espera, no llores, todavía no he terminado. Ponme el mío. —Una vez que éste se separó, le entregó el anillo y su diestra—. Cuando veas tu anillo, quiero que recuerdes lo que significas para mí; por eso grabé esa frase... Cuando vea el mío, recordaré lo que significas para mí... Aunque no creo olvidarlo nunca.
 
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