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Adentrada la noche, se aferró a las sábanas y éstas se humedecieron con el sudor de su frente. Había estado teniendo escalofríos recurrentes desde que se acostó y su cabeza punzaba fuerte. Ni siquiera las tareas diarias lo tenían tan estresado, su jaqueca se hacía mucho más fuerte cada vez que pensaba en todo lo que le estaba causando Kalim. No quería pensar más en ello, ahora estaba convencido de que se sentía tan mal porque estaba al borde de la locura, no porque estuviera enfermo; él no podía enfermar.
 
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Ver a Kalim reaccionar de aquella manera le causó impresión. Aunque cuando intentaba decirle algo o hacer algo por que cambiara su actitud y volviera a ser el descuidado, ligero, despreocupado de siempre, su razón le recordaba que de aquella forma era mejor... ¿no? Eso era lo que había estado buscando.

Lo vio salir por la puerta y su cuerpo hizo el ademán de querer detenerlo, pero no emitió palabra; ni siquiera se levantó de la cama, sólo se quedó petrificado allí, antes de volver a recogerse. La confusión y el egoísmo eran normales, el querer correr tras él no era más que escasa inteligencia emocional. Lo correcto era quedarse.
 
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