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Adentrada la noche, se aferró a las sábanas y éstas se humedecieron con el sudor de su frente. Había estado teniendo escalofríos recurrentes desde que se acostó y su cabeza punzaba fuerte. Ni siquiera las tareas diarias lo tenían tan estresado, su jaqueca se hacía mucho más fuerte cada vez que pensaba en todo lo que le estaba causando Kalim. No quería pensar más en ello, ahora estaba convencido de que se sentía tan mal porque estaba al borde de la locura, no porque estuviera enfermo; él no podía enfermar.
 
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El silencio fue eterno pero se lo había esperado, entre todas las posibles reacciones que había evaluado, había esperado ese silencio incómodo y horrible. Cuando lo sintió levantarse de la cama, llevó también su otra palma a su rostro y se encogió entre sus hombros. Todo había terminado para él y su relación con Kalim.

Al escucharle hablar se le secó la boca, más aún cuando lo forzó a salir de su único escondite que eran sus manos. Con dificultad lo miró, pero a medida que habló no pudo dar cabida en su cabeza a lo que estaba escuchando.

¿Qué rayos? ¿Qué le estaba diciendo?

Alejó su frente de la de Kalim. —Kalim, eso no tiene sentido, ¡soy tu sirviente! —Para variar, Kalim no veía la gravedad de la situación. Era desesperante—. ¿Qué crees que vamos a hacer con esto? Ni siquiera estamos destinados a tener lo mismo.
 
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