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36-40, M
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Historia



Los miembros de la estirpe de Escudo de Luz han sido la familia real de Demacia durante siglos, dedicando sus vidas a combatir contra todo aquel que se opusiese a la ética demaciana. Se dice que todo Escudo de Luz nace con un sentimiento anti noxiano en la sangre. Jarvan IV no es una excepción, aún a pesar de ser el primer Escudo de Luz que ha nacido en la época de la Liga de Leyendas. Al igual que sus antepasados antes que él, Jarvan lideró a las tropas demacianas en sangrientos enfrentamientos contra las fuerzas de Noxus. En muchas de esas ocasiones, él también derramó su sangre junto a la de los aliados heridos y camaradas caídos. En su derrota más importante, fue superado estratégicamente y capturado por un batallón noxiano liderado por Jericho Swain. Un error que casi le cuesta la vida a manos de Urgot, pero fue rescatado por la Vanguardia Intrépida, una fuerza de élite demaciana liderada por Garen, antiguo amigo de la infancia de Jarvan.

Sus más allegados creían que su captura lo había cambiado. Xin Zhao dijo una vez: ''parecía que sus ojos nunca te miraban, sino que te atravesaban para fijarse en algo de lo que no podía apartar la mirada''. Un día, sin previo aviso, Jarvan IV cogió a un pelotón de soldados demacianos y abandonó la ciudad, jurando que lograría ''la expiación''. Empezó a perseguir y a cazar a las bestias y bandidos más peligrosos que podía encontrar en el norte de Valoran, pero pronto se cansaría de dichas presas. En busca de algo que sólo él comprendía, se aventuró al sur de la Gran Barrera. Durante casi dos años, no se volvió a saber nada de él. Cuando muchos ya habían supuesto lo peor, Jarvan regresó y hubo una gran fanfarria en las calles de Demacia. Su armadura demaciana estaba adornada con los huecos y escamas de criaturas desconocidas. En sus ojos brillaba la sabiduría de alguien mucho más viejo. De los doce soldados que habían partido con él, sólo dos regresaron. En un tono frío y sereno como el acero, juró que los enemigos de Demacia se arrodillarían ante él.

''Sólo hay una verdad, y la descubrirás en la punta de mi lanza''.



El invocador demaciano que debía recibir a Jarvan sufrió, lamentablemente, un desgraciado accidente que le impidió asistir. Tuvo que ser reemplazado en el último momento por un joven invocador de Aguas Estancadas, un hombre con muy buen ojo para el dinero y el progreso. Parece que el chico nuevo apuntó a Jarvan a un juicio a primera hora. Y juzgado será, pero no por la Liga.

Llegó a la Gran Sala apestando a arrogancia. Al igual que su padre, se pavonea como si los demás debiesen sentirse privilegiados por poder disfrutar de su presencia. Su armadura es brillante y poco práctica, adornada con los restos de las bestias masacradas, un detalle que le permite jactarse de sus hazañas sin decir ni una palabra. Tiene el llamativo rostro de todos los perros de Escudo de Luz, hombres a los que le sienta mejor un garrote que la autoridad. Está mimado, es altivo y no se merece el respeto de aquellos que se postran ante él.

Se dirige hacia las puertas de la cámara, una bestia fuerte y orgullosa que necesita ser domesticada. Atraviesa el portal y se aleja de la luz para situarse en la palma de mi mano.

Bienvenido, Jarvan. Llevo mucho tiempo esperando este momento.-


"La realeza tiene sus ventajas."
El tono siempre medido de su padre, el rey Jarvan Escudo de Luz Tercero, interrumpió los pensamientos del príncipe Jarvan. A pesar de sus protestas, el Rey había insistido en que Xin Zhao le contase su juicio de la Liga con todo lujo de detalles, para que Jarvan supiese lo que le esperaba. Esto iba contra los designios de la Liga, pero, tal y como su padre había dicho, se trataba de una infracción necesaria. Al conocer el truco, la prueba no parecía digna. Entrar en la sala, enfrentarse a una inquietante visión del pasado y contestar a un par de preguntas. A Jarvan le reconcomía la sensación de que se le había privado de la posibilidad de superar el juicio de manera justa. ¿De qué vale un príncipe que hace trampas para superar un obstáculo que sus subordinados han superado sin problemas? Frunció el ceño. Era una expresión que se le suele negar a un líder de la gente, pero apropiada para el entorno oscuro y silencioso.

Xin había descrito la Cámara de los reflejos como una sala con una oscuridad densa y abisal, pero dicha descripción era a todas luces exagerada. Sí, estaba oscura, pero nada fuera de lo normal. La ausencia de luz ni tan siquiera conseguía ocultar a aquella otra persona o entidad presente en la sala. Jarvan se limitaba a estar quieto, dejando que él, ella o ello siguiese con su estúpida farsa.

Al otro lado de la estrecha antesala, la figura se mantenía quieta en las sombras. No debía de estar a más de tres metros de Jarvan. No le prestó mucha atención, esperando a que se iniciase su visión. Sin embargo, en vez de sumergirse en una visión fantástica, tal y como él se esperaba, Jarvan se quedó en la poco remarcable oscuridad. De repente, el ser le atacó.

Jarvan no estaba preparado. La forma frente a él se expandió con alas de ónice y se abalanzó hacia él. Jarvan intentó colocarse en una posición defensiva, pero unas garras surgieron del suelo, clavándose en sus piernas e inmovilizándolo. Criaturas negras surgieron del aire a su alrededor, picoteando su carne expuesta. El dolor nubló todos sus sentidos. La sombra estaba ya cerca, echándose encima de él con un propósito muy claro. Seis ojos se tiñeron de un color más rojo que la sangre y más cálido que las brasas, y el odio crepitaba en el aire que los rodeaba.

Swain.-

Jarvan logró liberar sus piernas de las garras, haciendo caso omiso del dolor que sintió cuando desgarraron su carne. Su lanza se lanzó hacia su objetivo, sedienta de la sangre de su corazón. Se encontró con el pecho de la figura alada, donde profundizó más y más. Con un grito espeluznante, Jarvan elevó a Swain por el aire sobre su cabeza y lo arrojó hacia la pared. La silueta amenazante chocó contra la fría superficie de piedra y cayó al suelo.

Jarvan se giró, con veneno en los ojos. -¡Si querías una demostración, has elegido al oponente perfecto!- Cargó con la intención de arrancar la cabeza de Swain, tanto si era una ilusión como si no. Sólo pudo dar un paso antes de que una energía atravesase el aire, que le quemaba a través de su armadura. La sala se llenó de un olor carbonizado cuando el haz de energía lo atravesó. Jarvan estaba dominado por la angustia y no pudo escucharse a sí mismo gritar.

Unas antorchas se encendieron en la sala y Swain, ahora humano, estaba de pie en el lugar donde había caído. Su cuervo flotaba en el aire, cerca de él. El rayo de energía salía de su boca. Una intensa mancha carmesí se expandía por el pecho de Swain.

-No necesito demostración alguna, príncipe-. Swain escupió el título como si se hubiese encontrado un gusano en su comida. -Tu desafortunada desaparición, por culpa de un descuido de la Liga, será muy satisfactoria. Estoy seguro de que conseguirás que así sea. Me pregunto qué pensará tu padre de su tratado entonces.- Sus manos se apretaron en puños y aparecieron brillantes corrientes de magia, que fluían por ellos. Abrió los puños y la magia salió impulsada, amplificando el poder del cuervo. Los ojos de Jarvan se abrieron de par en par al aumentar la intensidad de su agonía. Cayó de rodillas.

-Eres una persona muy estúpida, demaciano-. Sin tacto, sin finura. -Me pongo enfermo al llamarte mi rival. Estoy impaciente por librarme de ti, con la esperanza de que algún oponente digno ocupe tu lugar.- Mientras hablaba, la forma de Swain empezó a cambiar. Se hinchaba, se extendía, transformándose de manera horrible ante los ojos de Jarvan. De su cuerpo surgieron cuervos, que descendieron sobre Jarvan y lo desgarraron. Mientras los pájaros se juntaban otra vez, las antorchas de la sala parpadearon, apagándose una a una. Al apagarse la última antorcha, todo cuanto Jarvan pudo ver fueron seis puntos de luz, brillantes y sedientos de sangre, en la cabeza desfigurada de Swain. Todos esos puntos se iban volviendo borrosos a medida que le fallaba la vista. Con el tiempo, desaparecería todo salvo la oscuridad.

Jarvan estaba en un lugar en el que ya había estado antes, lejos de la Academia, en la solitaria encrucijada de la vida y la muerte. Permaneció de pie en el precipicio de la paz eterna, en las puertas del sueño. Estiró el brazo, como ya había hecho muchas veces antes, para sentir su calor en la piel. Algún día pero todavía no.

Con los ojos cerrados, de su interior surgió un sonido, de algún lugar más profundo que el propio cuerpo, más profundo incluso que su alma. Se abrió camino hacia el exterior, desplegándose y creciendo. Salía de su corazón, recorría sus venas, inflamaba sus músculos. Cuando salió por sus labios, era una criatura viva, tan formidable y furiosa como los cuervos que le desgarraban la carne. El sonido estaba lleno de las voces de sus ancestros. Era el grito de guerra de un guerrero demaciano, el rugir de un príncipe. Cuando el sonido alcanzó sus oídos, los ojos de Jarvan se abrieron de golpe. Ya no eran los ojos de un hombre. Ahora anunciaban con fuego la llegada de una bestia, el despertar de un rey. Se posaron sobre Swain.

Jarvan se puso en pie de un salto, librándose bruscamente de las garras y picos que lo agarraban y desgarraban. Avanzó, dejando atrás su lanza. Los ojos de Swain denotaban sorpresa cuando Jarvan lo agarró del cuello con una mano y lo elevó en el aire. Jarvan siguió avanzando, golpeando el cuerpo de Swain contra la pared que tenía detrás. Apretó con más fuerza para evitar la suave sensación de que el aire intentaba pasar por entre sus dedos. Con cada gemido ahogado, en su boca se dibujaba una sonrisa perversa.

-¿Tacto? ¿Finura? ¡En la guerra sólo hay vencedores y muertos, noxiano!- Jarvan apenas era consciente de los cuervos que le arrancaban pedazos del cuerpo y centraba toda su energía vital en Swain. Percibió por el rabillo del ojo cómo la muerte avanzaba sigilosamente para llevarlo con ella. Puso todas las energías que le quedaban en el agarre, determinado a no morir hasta que hubiese visto cómo la vida abandonaba los ojos saltones de Swain. Los dos estaban muy juntos, con la sangre bañando el suelo, negándose ambos a morir antes que el otro.

-¡¡¡YA BASTA!!!- Se escuchó una voz, que resonaba por los pasillos de piedra de la Academia. Jarvan se vio apartado de repente de Swain, impulsado por el aire por una fuerza desconocida. Se detuvo justo antes de llegar a golpear la pared de enfrente, quedándose suspendido a más de un metro del suelo. Swain, de nuevo humano, oscilaba también a la misma altura en el otro lado de la sala. Salvo por su mascota favorita, los cuervos habían desaparecido.

La Alta Consejera Vessaria Kolminye se quitó la capucha y los miró, primero a Jarvan y luego a Swain. -¿Qué te crees que estás haciendo, Swain? Éste es un lugar sagrado. Aquí no se tolerarán tus juegos traicioneros. -Se giró hacia Jarvan. Serás admitido en la Liga por razones obvias, pero no creas que tus vinculaciones políticas te protegerán de la Liga en caso de que te busques represalias.- Apretó los dientes. -Rezad para que no os vuelva a encontrar en semejante falta de respeto o desearéis haber sufrido el destino que os pretendíais otorgar el uno al otro en el día de hoy.-

Vessaria movió la muñeca y Swain atravesó el aire, saliendo de la sala con la misma facilidad que si hubiese lanzado una muñeca. Vessaria salió detrás de él, moviendo la cabeza en señal de disgusto. Jarvan cayó estrepitosamente y sin gracia al suelo, gruñendo dado que sus heridas necesitaban ser tratadas. Se apoyó en su lanza y se puso en pie con dificultad. Las puertas de la Liga parecían estar a kilómetros de distancia. Contempló la posibilidad de morir. Mientras reunía la voluntad necesaria para avanzar, las palabras de su padre resonaron en su cabeza. Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.

"La realeza tiene sus ventajas"