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LB1534400 · F
: edad adecuada. Y dado que nuestros hijos yacen atados a Roma, será nuestra dulce Lucrezia quien una a ambas casas. César, tú viajarás con ella.

Lucrezia sintió el peso de la realidad cayendo en sus hombros ¿Casarse? ¿Con quién? Siquiera lo conocía, no podía simplemente llegar y llamar prometido a un hombre que en su vida había visto. Sintió por momentos que el aire le era negado, estaba lejana, dispersa y Juan reía por lo bajo aplaudiendo un par de veces.

Muy bien hermanita, es tu momento de brillar, haznos sentir orgullosos y complace a tu futuro esposo, eso asegurará nuestra relación con ellos. Un hombre satisfecho puede perder la cabeza entre los encajes de tus vestidos, y eso, nos conviene a todos.

Rodrigo lanzó una mirada afilada sobre Juan, tenía razón, sí, pero después de todo Lucrezia era una niña, con quince años ignoraba de lleno las artes del matrimonio a puerta cerrada. César sintió la sangre hervir y por momentos empuñó ambas manos ¿Iban realmente a utilizar a Lucrezia como una pieza en el tablero? Su Lucrezia, su niña, su amor.

¿Puedo... Saber el nombre de mi prometido, Padre?—preguntó Lucrezia con un hilo de voz frágil.

Claro que puedes, dulzura, tu futuro esposo será Jaime Lannister.

Juan se cubrió los labios con la mano, y César se puso más ansioso. Lucrezia había escuchado poco o nada de Jaime, pero bien sabía que la casa Lannister era muy importante.

— ¿El mata reyes? ¿Vas a mandar a Lucrezia con él? No puedes.—sentenció César.

— ¡Claro que podemos! No pienso discutir más el tema, no eres quien para darnos lecciones a nosotros ¡Nuestra palabra es decreto! Partirán mañana a primera hora y más vale que nos hagas sentir orgullosos como nuestro representante, Cardenal.—Rodrigo se alteró, odiaba ser cuestionado y no comprendía ese coraje en César.

Lucrezia no se podía sentir más apabullada, por un lado Juan mofándose y del otro, César actuando con tanta fiereza. Respiró hondo, el ajustado vestido le robaba plenitud al hacerlo, pero lo logró. Rodrigo se acercó a ella y la sujetó por el rostro, besando su frente con cariño.

Oraremos por ti noche y día. Siempre serás nuestra dulce hija, la que hizo lo que debe hacer por nuestra amada familia.

Ella asintió, bajó la mirada y reprimió cualquier palabra que pudiera decir, ésto mientras César salía de la sala iracundo y Juan detrás de él.

— Con su permiso, Santidad, futura señora Lannister.—hizo una reverencia exagerada, incluso ondeando la mano al frente y salió de ahí. Cuando divertido le era todo aquello mientras él aun fuera libre de ir y venir.



Para Lucrezia el día fue eterno, lloró con en el regazo de su madre como la infante que aún era. Ella le consoló todo lo que podía, con el corazón roto de una madre que deja partir a su fruto a las manos de un desconocido total. Pero Vannozza entendía, era lo que tenía que pasar, era lo inevitable. La aconsejó, preparándola para lo que vendría, a rasgos menores y con detalles suaves.

Y llegado el otro día, el carruaje se alistó, la guardia real y César, quien vestía de rojo, como todo cardenal. Lucrezia miró por última vez el palacio, a su madre y a su padre. Se despidió con los ojos un tanto hinchados y partió a Desembarco del Rey.
Sería un viaje largo, sobre todo por el destino que éste guardaba. Su consuelo era César, al menos con él ahí no se sentiría tan abandonada por la mano de Dios.

 
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