Hear me roar.
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LB1534400 · F
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Roma.[/med]
Su hogar.
El recinto sagrado donde sus años habían transcurrido entre encajes finos y joyas preciosas, lejos del estigma político, los problemas del Vaticano, odio, traiciones y... Muerte.
Había crecido hasta ahora como la flor más bella de Roma, un pequeño botón que aún no abría sus pétalos a la malicia y ambición inherente a su nombre: Una Borgia.
Ella, hija de quien fuera papa, Rodrigo Borgia y Vannozza Cattanei.
Hija de la más pura expresión del pecado y lo inmoral.
Roma.[/med]
Su hogar.
El recinto sagrado donde sus años habían transcurrido entre encajes finos y joyas preciosas, lejos del estigma político, los problemas del Vaticano, odio, traiciones y... Muerte.
Había crecido hasta ahora como la flor más bella de Roma, un pequeño botón que aún no abría sus pétalos a la malicia y ambición inherente a su nombre: Una Borgia.
Ella, hija de quien fuera papa, Rodrigo Borgia y Vannozza Cattanei.
Hija de la más pura expresión del pecado y lo inmoral.
La gentileza de sus pasos le llevaba con gracia por el jardín del palacio, danzando cual nínfula entre hadas y sueños fantasiosos que aún tenía: Se soñaba cual princesa entre flores esperando por un Príncipe que le llevaría en caballo blanco por el mundo. Su alma aniñada aún no veía el rasgo cruel de la humanidad, de la vida misma, pues su madre, Vannozza, había protegido sus sueños hasta ahora.
Sin embargo había algo más poderoso que cualquier alma pura, almo que golpeaba con fuerza ese cristal frágil que dividía los sueños y la dulzura:
[med]Poder y ambición. [/med]
Y su familia era maestra en ello, fieles practicantes de ello, pues su padre era el poder absoluto de Roma, un hombre cuyo poder residía en su falta de escrúpulos; en él, en Juan y César, hermanos mayores de Lucrezia.
— Lady Lucrezia, su padre le llama. Le espera en la sala de consejo —informó una de las criadas.
— ¿Mi padre? —repitió. Se agachó y dejó sobre el césped a una pequeña oveja que anduvo en pequeños saltos, una de sus tantas mascotas— Iré enseguida —afirmó.
Era inusual que su padre le llamase a la sala de consejo, ese lugar era más frecuentado por Juan o Cesar, normalmente era su padre quien asistía a visitarla al palacio. Pero no importando aquello, emprendió camino por largos pasillos, abriéndose paso con la clase que le distinguía, con ese fulgor dorado de sus hebras al andar, preciosos cabellos largos y sedosos que hacían juego con su piel tersa, tierna y clara, era sin duda, un agasajo visual el observar a la pequeña Princesa del Papa.
Apenas llegó las puertas de la sala se abrieron por obra y mano de los guardias en ésta, Lucrezia entró sin ambición ni sospecha alguna, sólo con una amplia sonrisa en sus tiernos labios aniñados y en su gesto dulce y candoroso. Juan estaba ahí, él la recibió con una sonrisa de lado, socarrona. Y del otro lado estaba César, su amado hermano, aquel a quien tantas veces en un juego de cariño e inocencia había jurado amar para toda la vida, y que nunca habría esposo alguno a quien amara tanto como a él; él la miro con afecto, y hasta suspiró en secreto con su mera presencia.
— ¿Me ha llamado, Padre? —su voz suave se hizo escuchar, las puertas se cerraron y ella se situó frente a la gran mesa donde su padre estaba; se colocó justo en medio de Juan y César tras brindar a los tres hombres una reverencia.
— ¡Aquí está! Nuestra amada hija.—expresó Rodrigo dando un aplauso. Sosteniendo después una hoja que mostraba el sello de una casa importante: Lannister.— Los he llamado a los tres porque hay información que deseo compartirles.
— ¿Qué información, Padre? —preguntó Juan.
—Estaremos viajando a Desembarco del Rey —anunció finalmente.
Los tres hermanos se miraron entre si, Juan se cruzó de brazos extrañado, y Cesar se adelantó un tanto ante la mirada de Lucrezia, que inocente, poco o nada comprendía.
— ¿Westeros? ¿Por qué, Padre? —César cuestionó con las cejas tensas.
— ¿Por qué? ¡Por tu hermana!
—... ¿Por mi? Perdone Padre, pero estoy confundida ¿Por qué habría yo de ser la causante?
— Nos casaremos con la casa Lannister. —sentenció Rodrigo con toda seguridad y un tono en apariencia, amable, pero su mirada era firme, sin titubeo, llena de un hambre de poder absoluta.
Juan y César se quedaron en shock y volcaron sus miradas en Lucrezia, ambos comprendía, Juan no podía casarse, era el confaloniero de los Ejércitos Papales, y Cesar un Cardenal, la única en esa sala que podría cargar con un matrimonio era ella: Lucrezia.
Ella quiso hablar, volver a preguntar ingenuamente, pero César colocó ambas manos sobre la mesa en un golpe seco.
— Es una niña apenas, no puede casarse. —se enfrentó a la mirada de Rodrigo, sosteniéndola. Cuan hipócrita era, esa no era su objeción, sino el hecho de que le arrebatasen a la mujer que amaba, aún fuera su hermana.
— ¡Tonterías! Está hecho, ya hemos recibido la carta de Tywin Lannister, hemos cerrado el acuerdo. Desde hace un par de semanas que él envió la propuesta, no podemos negarnos a ésta oportunidad. Es por el bien de la familia. Lucrezia está en la {...}