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26-30, M
Oɴʟʏ Rᴏʟᴇ Pʟᴀʏ
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ssin1563614 · 26-30, F
{ Dispense la tardanza.

Con una sonrisa serena logró disfrazar la preocupación que un nuevo individuo pisando las tierras Arcadianas le provocaba. Ya que su boca estaba inundada por el sabor amargo del sentimiento, se paseó la lengua de lado a lado en el interno de sus mejillas, creyendo que con eso desvanecería el miedo, pero no fue así. Tenían tres años sin recibir gente del mundo exterior. ¿No era acaso que Arcadia ya era un reino perdido y olvidado? Con los guardias flanqueándole la existencia, caminó apresurada a la mazmorra. Tenía una corazonada: se trataba de un hombre perdido, que quién sabe cómo llegó a sus tierras, pero que buscaría ayuda. Tal vez.

Subieron escaleras y cruzaron pasillos que, por la temática oscura del salón, iban oscureciendo el camino a medida que se acercaban a la gran puerta metálica, sellada por un candado, que aún añejo, era de utilidad. Pronto estiró la mano diestra a la perilla, sin recordarse el retirar el candado, cuando uno de sus hombres, apodado Signor Eduardo, le tocó por el hombro. Kassia se detuvo.

— Doamnâ, será mejor que entremos antes que usted a la mazmorra. Está en nuestro reglamento no exponerla al peligro, mucho menos cuando no sabemos si se trata de un enemigo —




— Sí, entiendo. — Bajó el timbre de su voz. Enrolló sus dedos hasta cerrar el puño. Dio un par de pasos atrás y dejó que el hombre de cano bigote se adelantara. Sacó el juego de llaves. Encontró la correcta, metiéndola en el pequeño orificio central del candado.

"Giiiii..."

La puerta se abrió lento, pero con un rechinido que erizó la piel de la Reginâ. Los hombres se asomaron primero. Kassia no pudo con el ansia y se abrió paso entre ellos, encontrado frente a sí una escena que la llevaría a reprender a sus guardianes. Entre sus disgustos estaba el tratar a los hombres como un objeto inservible, tirarlos en cualquier rincón. Tensó las cejas, girándose en media luna hacia Signor Eduardo y su acompañante. Con una mirada bastó para dar una simple orden: enmendar el error.

— Doamnâ...— Replicó Eduardo. Bufó desganado. Cambió las llaves que sostenía, repasando con la yema de los dedos hasta hallar los ornamentos a juego de las esposas. Kassia ablandó la mirada. Era un suplicio al corazón ver la crueldad del hombre hacia otros, y peor si se trataba de los suyos quienes cometían tales barbaries.

— "Loialitate față de Arcadia. Întotdeauna liber". ( Lealtad a Arcadia. Siempre libre) — Tras reverenciar, Kassia se adelantó. Inhaló el aire sucio de la mazmorra y mencionó. — Le pido de la manera más atenta que se identifique. ¿Quién es usted y qué hace en mi reino? — De ser un bellaco, daría la inmediata instrucción de echarlo de Arcadia; de lo contrario, ordenaría su rápida atención.

 
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