26-30, M
Oɴʟʏ Rᴏʟᴇ Pʟᴀʏ
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ssin1563614 · 26-30, F
El camino desde la colina Balaur hasta el Palacio Real quedaba a pocos kilómetros de distancia. Entre murmullos, los jinetes cuestionaban el origen de aquel hombre. ¿Sería un enviado de los antiguos Dioses? ¿O un hombre embriagado por la vanidad y deseo de conquista, como muchos otros? El galope de los caballos distorsionaba las palabras. El soplar del viento se llevaba todas sus teorías. Pero hasta no saber su procedencia, le tratarían como lo que era: un forastero. Ya en el palacio real, dependería de la Reginâ si juzgarlo o darle oportunidad a quedarse en el imperio. "Tal vez vino por oro como todos los demás. O es un espía del bárbaro Ánh. Doamnâ sabrá qué hacer con él". Dijeron entre risas y susurros, ignorando al susodicho. Y tras llegar al palacio, lo encerraron en una mazmorra. Arcadia era exageradamente cuidadoso desde el fatal día. Darse el lujo de benevolencia a foráneos era prohibido.
Cuidar de Arcadia y sus habitantes era una labor ardua que se debía cumplir día tras día desde hace tres años. Desde entonces, cuando un Arcadiano se atrevió a traicionar a los anteriores regentes, Kassia heredó toda responsabilidad que sustentaban sus padres, y si se era sincera a sí misma.. era una tarea que difícilmente cumplía. Y esa mañana no era ninguna excepción. La primer rutina consistía en un baño de leche y miel para volver el tacto de su piel como terciopelo; elección de vestido de alta costura para presentarse ante el pueblo, y finalmente, el elaborado tocado, hecho de trenzas que unificaban sus caminos al centro de su cabeza. A pesar de tener facciones delicadas, el aire de aquella Reginâ daba la sensación de un ser de estirpe férreo e inquebrantable. Contraria a su hermana menor, quien fácilmente transmitía sus emociones, Kassia era caracterizada por no dejar entrever los sentimientos que no involucraran las leyes Arcadianas. Era pues, una joven rígida.
Ese día se llevaría acabo un festival para conmemorar a los caídos durante la batalla que llevó al imperio a esconderse. Tal fiesta fue sugerida recientemente por ella y Nerea, puesto que les pareció correcto rememorar a tantos arcadianos valientes, leales a la familia real. El programa dictaba un saludo y breve discurso desde el podium de caoba, con ornamentos esculpidos a lo largo y ancho del material que resaltaba a las afueras del palacio real, donde las escaleras terminan. Planchó con ambas palmas la falda blanca del vestido. Inhaló hondo, dispuesta a salir a enfrentar su destino como cada día, cuando de repente...
— Mi Doamnâ —

Miró al costado izquierdo. Dos de sus mejores caballeros suspendieron la marcha formal, reverenciando al disculparse por el atrevimiento. La Reginâ asintió suave, una positiva respuesta implícita al perdón. Giróse con gracia, dando vuelo a los largos caireles que le componen la perlina melena, y en un paso casi insonoro, se acercó.
— ¿Sí? — El pueblo mismo le describía la voz como el cantar de las aves, que escondía muy en el fondo el rugir de un dragón. Los caballeros sucumbieron al melodioso timbre, endulzados por la atención que casi olvidaron el motivo de su presencia.
— Hemos encontrado a un hombre en las afueras de Arcadia. Está en condiciones deplorables. Se duda si pasará la noche, Doamnâ. No porta el escudo de casa enemiga. Sólo un caballo y su espada —
Bailó la mirada entre la puerta y sus hombres. ¿El deber o la razón del corazón? Dio un suspiro, y con una sonrisa a medias pintada sobre su faz lechosa, pronunció: — Estoy segura que a Nerea no le incomodará dar el discurso. Por favor, llévenme a donde el hombre. —
[code]"Loialitate față de Arcadia. Întotdeauna liber". ( Lealtad a Arcadia. Siempre libre)[/code]
Cuidar de Arcadia y sus habitantes era una labor ardua que se debía cumplir día tras día desde hace tres años. Desde entonces, cuando un Arcadiano se atrevió a traicionar a los anteriores regentes, Kassia heredó toda responsabilidad que sustentaban sus padres, y si se era sincera a sí misma.. era una tarea que difícilmente cumplía. Y esa mañana no era ninguna excepción. La primer rutina consistía en un baño de leche y miel para volver el tacto de su piel como terciopelo; elección de vestido de alta costura para presentarse ante el pueblo, y finalmente, el elaborado tocado, hecho de trenzas que unificaban sus caminos al centro de su cabeza. A pesar de tener facciones delicadas, el aire de aquella Reginâ daba la sensación de un ser de estirpe férreo e inquebrantable. Contraria a su hermana menor, quien fácilmente transmitía sus emociones, Kassia era caracterizada por no dejar entrever los sentimientos que no involucraran las leyes Arcadianas. Era pues, una joven rígida.
Ese día se llevaría acabo un festival para conmemorar a los caídos durante la batalla que llevó al imperio a esconderse. Tal fiesta fue sugerida recientemente por ella y Nerea, puesto que les pareció correcto rememorar a tantos arcadianos valientes, leales a la familia real. El programa dictaba un saludo y breve discurso desde el podium de caoba, con ornamentos esculpidos a lo largo y ancho del material que resaltaba a las afueras del palacio real, donde las escaleras terminan. Planchó con ambas palmas la falda blanca del vestido. Inhaló hondo, dispuesta a salir a enfrentar su destino como cada día, cuando de repente...
— Mi Doamnâ —

Miró al costado izquierdo. Dos de sus mejores caballeros suspendieron la marcha formal, reverenciando al disculparse por el atrevimiento. La Reginâ asintió suave, una positiva respuesta implícita al perdón. Giróse con gracia, dando vuelo a los largos caireles que le componen la perlina melena, y en un paso casi insonoro, se acercó.
— ¿Sí? — El pueblo mismo le describía la voz como el cantar de las aves, que escondía muy en el fondo el rugir de un dragón. Los caballeros sucumbieron al melodioso timbre, endulzados por la atención que casi olvidaron el motivo de su presencia.
— Hemos encontrado a un hombre en las afueras de Arcadia. Está en condiciones deplorables. Se duda si pasará la noche, Doamnâ. No porta el escudo de casa enemiga. Sólo un caballo y su espada —
Bailó la mirada entre la puerta y sus hombres. ¿El deber o la razón del corazón? Dio un suspiro, y con una sonrisa a medias pintada sobre su faz lechosa, pronunció: — Estoy segura que a Nerea no le incomodará dar el discurso. Por favor, llévenme a donde el hombre. —