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—Sólveig...— musitó el rubio cerca del oído de su hermana, en un tono muy bajo, embriagado del veneno que corría por sus venas. Esa oscuridad que teñía sus cabellos y su ser, que colmaba su corazón con deseos impuros, de una ambición que se agranda por encima de los designios de los dioses. Un traidor, un rebelde. No hay perdón.
—Cuando llegue el momento, quiero que seas tú, tienes que ser tú Sólveig. — carraspeó como si le doliera dictar el designio a su hermana, aunque es más una imposición. Un capricho como cuando eran niños.
 
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[..]
Éste mundo, había juegos que eran más crueles que otros. Y está vez, le tocaría perder o intentar ganar para ambos. De algún modo que él saliera ileso.
─ Ívar... ─ Pronunció una última vez con suavidad, pues sabía que el día de mañana todo cambiaría y no sería más su hermano, sino un adversario, un traidor al nuevo rey. Su código de lealtad no le permitiría tal falta, e ignorar su provocación sólo hacía más real su deber, justo todo lo que siempre quiso evitar. Se aferró a las ropas ajenas, a esas mangas de fina tela antes de sin más soltarlas. Su mirar una vez más se posicionó en el contrario con un mensaje severo y suplicante a su vez, pidiendo que se detuviera. La joven dorada, la dama de esperanza y caballero de noble causa, aún planeaba hacerle cambiar.
 
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