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18-21, M
El Rōnin.
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GenesisMagnusAeternum · 46-50, M
[i]Soundtrack: (se mantiene el de la escena anterior)[/i]



[b]"EL AZOTE DE ROMA"[/b]

** Un ritmo lento y apabullante se marcó a la batuta de sus alas. En el cielo nocturno sus ojos dorados brillaban con tenacidad, divagando con la negra pupila alargada entre la densidad vaga del entorno hasta que lo hallo.

Con una gracia sin igual el dragón gira en el aire y se acomoda en una posición de vuelo sostenida, donde no avanza ni se atrasa, simplemente aletea sosteniendo su posición. Merma su altura de vuelo, y con cada metro que disminuye con el suelo, el batir de sus alas genera disturbios tormentosos en los aires que se precipitan hacia la dirección del espadachín de manera huracanada pero no letal. Los árboles retorciéndose son testigos de su inclemencia

¡Crack! Suenan infinidad de ramas y hojas secas cuando el oscuro reptil se posa finalmente en la superficie y deja de batir sus extremidades. 40 metros lo separan a él del guerrero oriental.

¡Grrrr…! Gruñe, al hacer vibrar sus cuerdas vocales. Su respiración es fuerte, ¡bufa!, resopla y toca al oído y la piel como un murmullo que acaricia haciendo temblar el aire y la tierra.

El dragón lo mira con implacable enfoque, como si maquinara algo perverso en sus primitivos instintos. Unos segundos de tensión se precipitan sobre el sombrío alcázar natural.

Finalmente, un destello parece despedirse desde el lomo del dragón, un haz de luz tan raudo e intenso que solo se asemeja con el relámpago que asciende y luego se acentúa bruscamente en la tierra. Un estallido sónico de trueno lo acompaña en el trayecto.

Cae el haz lumínico frente al dragón. Y cuando la ridiculez exagerada de su brillo azulado se disipa, es visible la silueta magnifica de un guerrero al cual la luz de la luna baña de forma particular. Pareciera que aún irradia algo de un brillo lánguido, humeante y lechoso, o tal vez es la impresión que da al recibir el pálido brío lunar.
Postrado estuvo el ostentoso aguerrido de rubias cabelleras. Entonces, empezó a levantarse lentamente, mientras, varias descargas sutiles atraviesan el espacio circundante a su cuerpo, emitiendo fugaces brillos multi-color.
Elevado del todo, su estatura es formidable. Con la suma del tacón de la bota, sobrepasa los ciento noventa centímetros.

La armadura de cuerpo entero que presume, varía sus matices gloriosos entre bruñidos plata y azules profundos, con alguna que otra pincelada dorada en ciertos emblemas de León que sobresalen con relieve en las hombreras y rodilleras.

No lleva casco, dejando al viento su larga cabellera blonda danzante. Su rostro, genera un contraste tosco con la pulcra armadura, pues, tiene rasgos barbaricos, oscos, algunas cicatrices menores, contornos anchos y una barba mona de hace varias semanas.
Estandarte de su esencia, son sus ojos endiablados, semejantes a los del dragón que cuida cernido a sus espaldas, pero con colores inversos: Un lago negro son sus escleróticas, lo mismo que sus pupilas alargadas de reptil, y el brillo dramático lo otorgan sus irises de resplandeciente dorado moteadas de algunas ínfimas salpicaduras renegridas.
Entre la perversión y agresividad que destilan las miradas del gran alado a tras él, o él mismo, no se distingue cual de las dos miradas es más bestial, pero si se atisba en ambas corrupción y una depravación que se intuye con base a la intuición fundamentada en la apariencia escabrosa de ambos.

Al costado izquierdo de su cadera, la falda de la armadura demuestra una saliente donde hay enganchada una ancha funda azabache resguardando los secretos místicos de la hoja que oculta. El asidero del presupuesto sable es ornamentado con bajos relieves, de exquisito matiz ámbar e incrustaciones de otros metales a forma de decoro.

"¡Tick...Tack, tick...tack, tick…tack!” ¡Ah! Y aunque pareciera el la sonada de un reloj, solo son sus pasos taciturnos resquebrajando la ojarasca a un ritmo monótono de ansiedad. Tal cual, cada pisada pareciera aludir el segundero del reloj, como si el tiempo le siguiera a él, o viceversa.

En la mano diestra, el paladín, sostiene lo que parece ser un renegrido látigo enrollado con una punta alargada cual espada, en vez de una terminación típica.

Es obvio, que el guerrero japonés a estas alturas habría reconocido de quien se trata, pues, ya hace tiempo son compañeros de armas. Pero un sin sabor en el ambiente formula una atmósfera extrañamente densa entre ambos, esa que hace palpitar el corazón, eriza la piel y coagula la saliva haciendo forzado el mero acto de tragar.

Paso a paso el ente blindado iba recortando la distancia, aunque su colosal dragón se mantiene en su posición de descenso.

Finalmente el portal en los cielos por el que ingresó, empieza a titilar, hasta colapsarse el espacio sobre si mismo, recobrando lo que le fue robado. **
 
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GenesisMagnusAeternum · 46-50, M
[b]Primer acto: convergencia.[/b]

Soundtrack de la escena: [media=https://www.youtube.com/watch?v=7fXeRmKbd0c?si=SsjP1RVAsfv6YNKT]

** Esa línea metafísica ha dividido los amorfos espacios siderales. El éter opalecente es su distintivo. Y, a través de esas paredes dimensionales repta, se enrosca, burbujea y palpita la ley suprema en forma de un ominoso imperio. Su emisario es hierro caliente, ácido, toxicidad. "El Caos Dimensional", "El azote de Roma", y de muchas formas se le ha nombrado.
A veces, una porción del espacio se contrae en sí misma, como un remolino se forma en medio del mar, rompiendo la tensión superficial al engullirse a si mismo, así colapsa el tejido espacial. El concepto básico de espacio tridimensional pierde sentido en ese punto, lo visto, es algo indecible. Luces púrpuras se desgarran de ese colapso, luego se amarillean dando forma a un aparente círculo brillante de proporciones abismales. Una sombría figura se fue revelando entre portal, como si atravesara desde otro punto del espacio-tiempo. La figura titánica del dragón negro alado ingresa a este mundo y surca los cielos, sombreando las verdes arboladas cuando su efigie tapa la lechosa luz lunar. Su aleteo parsimonioso pero brutal agita las los árboles y las hojas sueltas al levantarlas haciéndolas danzar al ritmo de las ninfas eólicas perturbadas. Desde la altivez de su vuelo, el soberbio reptil mitológico parece escanear el terreno en busca de algo en especifico, quizás, alguna presunción diabólica. **