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En las noches de invierno cuando los árboles se desnudan y duermen a la espera de nuevos tiempos de esplendor, se abre la vista hacia las estrellas, a la magia infinita del mundo. En aquella oscuridad, pese al frío que hiela mi piel, su belleza puedo contemplar y anhelar.

Con sus galas más frondosas y frescas en la primavera que los arrulla, o sin ellas, los bosques son mi hogar, un privilegio que no puedo dejar de admirar.
 

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