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Hacía tiempo que no permanecía tanto tiempo en el castillo, últimamente se la había pasado viajando, así que tiempo para estar con Máximo tuvo poco. Fue por ello que esa mañana decidió despertar temprano para hacer el almuerzo del Almirante. Algo nutritivo y con dedicación que demostrara su aprecio, que lo hiciera sentir querido.
Eligió los mejores ingredientes y se puso a cocinar con calma, sintiéndose feliz. Esperaba que fueran los aromas de la comida lo que lo llevaran hasta la cocina, donde esperaba sorprenderlo con su platillo favorito.
 
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No comió hasta que Máximo probó el primer bocado, más su rostro no reflejaba para nada ansiedad por saber si le había gustado o no; era tan creído que daba por sentado que el platillo era perfecto y el mejor de su vida... Más cuando el mayor levantó el pulgar a modo de aprobación, sintió que algo no estaba bien... ¿En serio solo iba a alzar el pulgar?

-... ¿Ajá? ¿Algo más que decir sobre el manjar que estás comiendo? -Preguntó con cierto toque de molestia. Ahora fue su turno de probar la comida, para él estaba excelente, aunque probablemente se debía a que no era su plato favorito. -Vamos, deberías elogiarme, deberías llorar de placer por el sabor que experimenta tu paladar... ¡¿No es acaso la mejor milanesa del mundo?!... -Se llevó una mano al centro del pecho mientras abría grandes los ojos -O sea, yo podría haber sido el mejor chef de La Tierra.
 
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