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Hacía tiempo que no permanecía tanto tiempo en el castillo, últimamente se la había pasado viajando, así que tiempo para estar con Máximo tuvo poco. Fue por ello que esa mañana decidió despertar temprano para hacer el almuerzo del Almirante. Algo nutritivo y con dedicación que demostrara su aprecio, que lo hiciera sentir querido.
Eligió los mejores ingredientes y se puso a cocinar con calma, sintiéndose feliz. Esperaba que fueran los aromas de la comida lo que lo llevaran hasta la cocina, donde esperaba sorprenderlo con su platillo favorito.
 
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-Era evidente que aquel gesto le había molestado a su pareja, más aún tras no recibir la respuesta que esperaba, se tomó su tiempo para responder a sus palabras, ya que su hambre lo estaba consumiendo por dentro, por lo cual fue comiendo del plato mientras este hacía aquella escena. Una vez que terminó de hablar, bajó los cubiertos, aunque se quedó con el tenedor en su mano y con este le señaló.- No es la mejor milanesa que probé. Si bien está hecha con todo tu amor, no es buena. La carne que elegiste no es la ideal, las especias que usaste son erróneas para el tipo de panisado que usaste y sobre todo... ¡A esta milanesa le falta el limón! Debiste echarle jugo de limón antes de servirla.

-Dio un largo suspiro luego de tal explicación, asumiendo que vendría sus quejas nuevamente, decidió sacar su última carta para evitar una confrontación.- Puedes mejorarla. Así es la cocina, fallo y error hasta que perfeccionas tu comida.
No comió hasta que Máximo probó el primer bocado, más su rostro no reflejaba para nada ansiedad por saber si le había gustado o no; era tan creído que daba por sentado que el platillo era perfecto y el mejor de su vida... Más cuando el mayor levantó el pulgar a modo de aprobación, sintió que algo no estaba bien... ¿En serio solo iba a alzar el pulgar?

-... ¿Ajá? ¿Algo más que decir sobre el manjar que estás comiendo? -Preguntó con cierto toque de molestia. Ahora fue su turno de probar la comida, para él estaba excelente, aunque probablemente se debía a que no era su plato favorito. -Vamos, deberías elogiarme, deberías llorar de placer por el sabor que experimenta tu paladar... ¡¿No es acaso la mejor milanesa del mundo?!... -Se llevó una mano al centro del pecho mientras abría grandes los ojos -O sea, yo podría haber sido el mejor chef de La Tierra.
-Estuvo un rato largo descifrando que clase de platillo le prepararía, aunque ya se daba una idea por el sonido del aceite caliente, apostaba por completo que sería una milanesa, o al menos eso quería creer. Por su parte solo se mantuvo fumando con tranquilidad, tirando las cenizas en un pequeño platito hasta que terminó y lo apagó contra este. Iba a encender otro pero al divisar que el más bajo había terminado, le dedicó una amplia sonrisa de agradecimiento, aunque sus ojos no tardaron en desviarse hacia el plato. Efectivamente le atinó, pero era demasiado quisquilloso con su comida favorita.-

Veamos que tal te salió. -El panisado se veía perfecto, con el color ideal, ni muy quemado ni muy blanco. Tomó los cubiertos, cortó un trozo y degustó. No estaba nada mal, la mezcla de especias no era la mejor pero aún así le gustó. Alzó su pulgar en una señal de aprobación.-
Cuando escuchó al otro acercarse a la cocina, simplemente lo miró y le dedicó una sonrisa silenciosa, para continuar con su labor. Era bueno cocinando, siempre lo había sido. Cocinar le era similar a preparar una poción y tenía un talento increíble para esas cosas. Además, sus manos eran rápidas y se movían con majestuosidad.
Todo el tiempo permaneció de espaldas al folkeano, para no dejarle ver de qué se trataban lo que preparaba. Esperaba que con el aroma lo reconociera. De todos modos, cuando acabó y el plato estuvo listo, se giró con el mismo en sus manos, ofreciéndole una espléndida milanesa.

-Espero que tengas hambre. -Murmuró, caminando hacia él con el rostro lleno de orgullo por su creación. La puso en la mesa y luego fue a buscar otro plato para servirse también y acompañarlo para almorzar.
[..] para sacar su cajetilla de cigarrillos de dentro de sus ropajes y colocarse uno en sus labios, el cual encendió instantes después con su zippo. Dio una calada y mantuvo el cilindro entre sus labios a todo momento. Se preguntaba que exactamente era lo que aquel cocinaba, ¿Carne? ¿Estofado? ¿Quizás su comida favorita, milanesas? Sólo esperó a ver los resultados.-

-El Almirante como era costumbre, su trabajo lo tenía bastante ocupado a tal punto de no prestarle mucha atención a su pareja, como era debido, alguna que otra charla en sus tiempos libres bastaba para tranquilizar aquella sensación de abandono que solía tener gracias a sus largas ausencias. La noche anterior, apenas pudo terminar el papeleo a largas horas de la noche, agradecía por completo que su día libre había llegado, por lo que decidió dormir hasta casi medio día, algo bastante raro en él, pese a ser demasiado rutinario.

Tras despertar, lo primero que hizo fue lavarse el rostro, vestirse con sus típicos ropajes y se dirigió a la cocina para beber algo, aunque al llegar sus ojos se deleitaron con una hermosa escena que jamás hubiese imaginado. Sólo tomó asiento en uno de los banquitos, detrás de la barra que separaba la cocina del pequeño comedor, para contemplar en completo silencio el gran labor de su pareja, no deseaba distraerle, así que aprovecho [...]

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