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Hacía tiempo que no permanecía tanto tiempo en el castillo, últimamente se la había pasado viajando, así que tiempo para estar con Máximo tuvo poco. Fue por ello que esa mañana decidió despertar temprano para hacer el almuerzo del Almirante. Algo nutritivo y con dedicación que demostrara su aprecio, que lo hiciera sentir querido.
Eligió los mejores ingredientes y se puso a cocinar con calma, sintiéndose feliz. Esperaba que fueran los aromas de la comida lo que lo llevaran hasta la cocina, donde esperaba sorprenderlo con su platillo favorito.
 
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Cuando escuchó al otro acercarse a la cocina, simplemente lo miró y le dedicó una sonrisa silenciosa, para continuar con su labor. Era bueno cocinando, siempre lo había sido. Cocinar le era similar a preparar una poción y tenía un talento increíble para esas cosas. Además, sus manos eran rápidas y se movían con majestuosidad.
Todo el tiempo permaneció de espaldas al folkeano, para no dejarle ver de qué se trataban lo que preparaba. Esperaba que con el aroma lo reconociera. De todos modos, cuando acabó y el plato estuvo listo, se giró con el mismo en sus manos, ofreciéndole una espléndida milanesa.

-Espero que tengas hambre. -Murmuró, caminando hacia él con el rostro lleno de orgullo por su creación. La puso en la mesa y luego fue a buscar otro plato para servirse también y acompañarlo para almorzar.
 
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