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-Los soldados le guiaron hasta aquel lugar y le alcanzaron momentos después una manta con la que cubrieron al Almirante y aquella cerveza que habían pedido con anterioridad. Sin duda, ese era el lugar perfecto para los borrachos, una zona segura y llena de contención para que puedan descansar antes de cometer alguna locura. El pelinegro se acurrucó tranquilamente sobre el sofá a lo que poco a poco la calidez y las caricias fueron ideales para arrullarlo hasta caer profundamente dormido. Nadie los sacaría del bar hasta que el Almirante despierte y pague lo que correspondía, al fin y al cabo él era el Rey de ese lugar.-
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