La miró por un momento y levantó una ceja, le causaba mucha curiosidad cuando tomaba esa clase de posturas, más que una pandillera parecía una noble y eso muchos otros lo habían dicho antes. Pero Indra no era nadie para indagar en el pasado de alguien, quizás en su momento Siege hablaría, quizás nunca...poco importaba si vivían el ahora. Sujetó su brazo y caminó a su lado con aquel porte firme y alerta. —Rhodes es un lugar...peculiar.— no sabía que palabras usar exactamente. —Al menos es más seguro que las calles.— chasqueo su lengua y se encogió de hombros. —Poco he interactuado con ellos pero vaya que se esfuerzan por mantener sanos y salvos a los demás son dejar de lado los sacrificios necesarios para eso. Me agradan.—
Asintió, y como si fuera más un Caballero en armadura que una joven delincuente, le ofreció su brazo a Indra para que caminara junto a ella. —¿Y bien...?— Colocó su mano sobre la de la felina, mientras recorrían los pasillos de Rhodes, entre puertas, cajas apiladas, y un número absurdo de máquinas expendedoras de golosinas y sodas, caminando hacia la habitación compartida que les habían asignado, cerca de los demás miembros de su pandilla. —¿Qué te ha parecido Rhodes hasta ahora?— Quería escuchar la opinión de su segunda al mando antes de dar por completo su juicio. —¿Y la pequeña coneja, y el doctor?... Que hombre tan extraño, ¿No crees?— Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.
Podía presumir que en privado su trato con Siege era mucho más íntimo, gozaba de una confianza plena en ella pero siempre evitaba mencionar acerca de los tumores que sonaban en las calles. Siege parecía inalcanzable, pero para Indra resultaba un tema totalmente diferente. Asintió con su cabeza y con la seguridad que le caracterizaba miró a la Aslan. —Para ti todo es mejor con una siesta. — una risa corta le ofreció antes de separarse un poco. —Volvamos entonces, se que detestas que este sucia.
—Entonces tenemos que ir a limpiarte.— A pesar de ser la líder de una famosa pandilla, Siege presumía de una educación que casi la parecer una noble y no una pandillera, y parte de aquél aspecto de su personalidad era que no toleraba la suciedad, menos si era la sangre de algún tonto. —Una ducha en una tina de baño, después una siesta... ¿Qué tal suena?— Tomó la mano que acariciaba su brazo y la levantó para depositar un beso en sus nudillos.
Se miró, apenas y había notado que tenía sangre en su cuerpo a lo que negó y se encogió de hombros. —Ni un solo rasguño, no sé porque te preocupas. — se acercó y dió una palmada en su hombro, seguida de una caricia por todo su brazo. —Todo está en orden, jefa. Me asegure de que su sueño no fuera perturbado.
