—El mundo no sabría qué hacer con dos como usted, mí señora.— La malicia desbordaba en las palabras de Ingis. Aún si los cristales de sus anteojos atenuaban sus expresiones, una pequeña sonrisa ladina se dibujó a medida que se iba acostumbrando al pudor inicial. Quizá era el hecho de saber que la cara de póquer de la peliverde no era inquebrantable. — Oh... ¿Así que primero era un tonto y ahora soy un queso? Bien, vamos mejorando...— Una pequeña risa escapó de sus labios mientras compartía aquella pizza. El índice de la fémina evidenció el rubor en su mejilla mientras estaban infladas porque tenía un bocado de comida. Entrecerró los ojos con un pequeño puchero que le daba aspecto infantil, pero no duró mucho.