Los hombres salvajes del Rey tomaron la vida del explorador, el padre de Elis y cuando intentaron hacerle daño, la joven se aferró a lo único que tenía, aquel anillo y por un instante un deseo surgió con fuerza de lo más profundo de su mente, alma y corazón que nada de esto pasara, que aquellos hombres desaparecieran, entonces el tiempo se detuvo y del anillo una sombra emanó y avanzó hacia Elis, la sombra tomó forma sólida, la de un hombre alto, de gran cornamenta sobre su cabeza, corpulento de piel morena, brillantes ojos dorados y largo cabello blanco y sin decir palabra alguna accedió al deseo de la muchacha tomándola por el brazo con su gran garra entonces Elis cerró de golpe los ojos para de nuevo abrirlos percatándose de que una energía mágica la envolvía provocando que se sintiera como en un sueño, cómoda y protegida pero a la vez valerosa, decidida y firme, como si no fuera ella a la vez pero seguía consciente de sì, finalmente los hombres retrocedieron su miedo era notable en su mirada mientras tanto Elis sabía que ya no era aquella joven temerosa pues algo la empujaba a hacer acciones que ella por si solo jamás haría. Llevó su diestra hacia su costado inferior izquierdo y pudo sentir el mango de una arma blanca la cual desenvainó con una mirada desafiante, una hermosa katana se encontraba empuñándo y solo un sultil movimiento de esta bastaría para que una ráfaga de viento se llevara a los salvajes humanos — ¡Fuera de mi vista basuras! — Exclamó.
