Iceln

¿Las guardaste? Tenía los ojos bien abiertos, incrédulo a lo que acababa de escuchar. De todos los alimentos que pudo encontrar a lo largo de Japón, el ramen instantáneo era el más odiado por Icelyn. Se llevó una sorpresa enorme al enterarse de lo bien resguardadas que las mantuvo en su ausencia, pero si era honesto consigo mismo, a nadie le apetecía que una sopa prefabricada fuese el primer platillo que se llevase a la boca después de revivir. Pasándose la mano por la nuca, Leo volvió a negar.

Creo que paso esta vez. Prefiero algo casero. No mintió, aunque dadas las circunstancias en las que encontró la casa, dedujo que preparar algo hogareño sería medianamente imposible. Debía meditar mejor sus peticiones, ya que las ojeras subrayadas en el rostro de Icelyn manifestaban con facilidad sus emociones frágiles. Lastimarla (más) después de irse le pesaría por la eternidad.

La sopa está bien, pensándolo mejor. Estará pronto. Se levantó de la silla, buscando dos recipientes de sopa instantánea y una olla donde pudiese hervir agua.

Joder, está helando aquí... De no ser por el calentador, Leo estaría temblando como si fuese pleno invierno. Se abrazó a sí mismo, colocándose de cuclillas para inspeccionar la parte inferior de la cocina y poder hacerse de los utensilios necesarios.

¿De cualquier sabor está bien, Icel-... Desvió la mirada; qué imprudente fue al “tutearla” tan pronto. Señora Icelyn. Giró, finalmente, para que su mirada se encontrara con la de ella. Sí, tenía miedo de seguir leyendo esa tristeza en los ojos más bonitos que ha visto en todo el mundo, sin embargo, evitarla podría agravar la situación.

¿Quiere que le traiga una cobija, señora Icelyn?