La verdad era que también estaba resistiendo con todas sus fuerzas el impulso de llorar. No quería ser una carga, una preocupación. Pero parecidos como eran, ambos estaban embotellándolas, y ambos fueron incapaces de contenerlas.
—Te extraño también... Todo esto es muy difícil, p-pero... pero es tu sueño, ¿verdad? —lo había abrazado con tanta fuerza como pudo invocar, cual fuese a desaparecer en el momento en que dejara sus brazos. Entre los desagradables aromas de la ciudad, la sangre y esa guerra personal suya, ahí seguía esa esencia inconfundible, el aroma de su hijo que llevaba impreso en su memoria.
—Mi bebé... —sollozó, temblando en los espasmos propios de un tórrido llanto. Había roto esa promesa que se hizo a sí misma, no pudo evitar romperse.
