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Mientras el rojo día amanece
Y la luz rompe el cielo
Alzan sus manos al cielo allá arriba
Mientras los llevamos a sus mentiras
 
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Sc1558098 · M
Como solía hacer en cada batalla, Satanachia fue el primero en dar golpe. Era un buen estratega, por ello se había ganado el título, pero la adrenalina y ansía de sangre de las peleas lo invadían antes de que pudiera siquiera considerar darle el primer golpe al otro. Después de todo, mientras efectuaba su primer ataque, su mente ya pensaba en el siguiente y en como podría reaccionar el oponente. Fue directo por un ataque al estómago, algo nada fuera de lo normal y que estaba seguro Ivar bloquearía en un movimiento ligero. Sus ojos relucían con un brillo único que le brindaba quizás la batalla o quizás la presencia del ángel.
I1559471 · 26-30, M
No te impacientes
—Respondio tranquilo acabando de sujetarse el cabello. A diferencia del maligno de su cadera golgaba una espada blanca aún enfundada. Para Ivar se había vuelto casi una costumbre el tener esas batallas diarias con el demonio, sin embargo un solo desliz y les estaría dando una ventaja sobre sus ejércitos, era más lo que arriesgaba que lo que podría ganar en algunas ocasiones. Tomo su espada nuevamente y sonriendo hizo un ademan dejandole comenzar—
Sc1558098 · M
específicamente para practicar el manejo de la espada simple, más que las habilidades extra que cualquier espada más poderosa pudiera tener. Sus ansias por comenzar con el encuentro se mostraban por el casi imperceptible balanceo de la espada gracias al muñequeo involuntario de Satanachia. Últimamente las peleas eran diarias y estaba fascinado con ello. Ivar, como buen ángel, no se quejaba aún y accedía a ayudarse mutuamente.
Sc1558098 · M
— ¡Venga ángel, te estás tardando demasiado! — Exclamó el demonio de rubios cabellos mientras esperaba a su contrincante quien se amarraba el pelo. Cualquiera que los viera se horrorizaría y los acusaría de amistad, pero la realidad era muy diferente. Tras encontrarse en contadas ocasiones, muchas veces terminando en pelea, un acuerdo se formó entre ellos. Era casi como si fueran compañeros de entrenamiento. Satanachia aprendía de los métodos angelicales para después actualizar al ejército con cómo defenderse e Ivar analizaba los movimientos y estrategias del Gran General. Era peligroso para ambos, era como caminar en una cuerda floja. En cualquier momento la natural enemistad entre sus especies podía estallar y causar que alguno decidiera acabar con el otro, pero por suerte aquello no sucedía aún.

Este día les tocaban espadas. La palma de la mano del Gran General rodeaba en su totalidad la empuñadura de una de las espadas más comunes que tenía: una de hierro, escogida específicame

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