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[code]Aun en la distancia, los ojos del peliazul pudieron distinguir perfectamente el momento en el que ambos quedaron clavados contra los iris de Aioria, recordándolos de un perpetuo verde esmeralda, etéreo como sus propósitos durante su juventud. Sin embargo, a esa evocación del pasado, donde fueron tan rivales como amigos, la destazó la violenta sensación de reto que surcó las escalinatas de Libra-Escorpio como una flecha amarga en su pecho hasta obligarlo a cerrar los párpados, decepcionado, encontrando entonces solo un enemigo.

Cuando aquel reinició su carrera buscando llegar a la Octava Casa del Zodiaco, Milo pegó la media vuelta para alejarse del borde del primer escalón de ese territorio susodicho, ondeando su capa con el determinado andar de regreso a las entrañas del templo para aceptar un combate en forma. Esperaría su arribo en medio del campo de batalla, sin temor ni demora, borrando los factores sorpresas. La intermitencia en el cosmos de Kiki, la advertencia de Mu y la deliveración de Shaka; todo señalaba una única consecuencia venidera como un tifón profético, iracundo y sediento de sangre: Aioria, el león de Nemea; aquel que ahora está presente ante sí, arremetiendo contra la fas ensarta de sus memorias para ser suplida con el centello rojo fuego en los iris de quien sonríe como un rey tirano.

Como alguien que sabe cómo se llevará a cabo una ejecución encarnizada.

« … Camus... » Su cosmoenergía, sin manifiesto evidente en el panorama, resuena únicamente con el receptor de un mensaje preciso, dos casas más arriba « Aioria está frente a mi, expulsarlo no será tan fácil como haber tolerado a Shaka y a Mu, sus intenciones son las de matar… » el mutismo instalado en la octava casa podía cortar también la tensión desenvuelta en todo el escenario, además de poder comprender en la soberbia de Aioria esas ganas de obtener una reacción por parte de su estoísmo; hasta entonces pendenciero ante actitudes confrontadas.

-No tiene caso que intente reflexionar contigo… - musita en el íntimo espacio que queda entre ambos pese estar distanciados por varios metros uno del otro. Entrecierra los ojos no para dar aires de aflicción sino de escudriño, reprobando su simple presencia, toda vez que pretende atacar con su rechazo el cloth oscuro en tremendo contraste con su propia armadura dorada – ¿Estás dispuesto a iniciar una batalla de mil días contra mi? – como respuesta precipitada y no verbal, su energía se enciende candorosa hasta densificar el aire a su alrededor, logrando verse su tamboleo gaseoso sobre todo por la influencia de la luz despedida alrededor del cuerpo de quien es envuelto por el exoesqueleto de un escorpión; cabello y capa se ondean persistentes ante la preponderancia el ambiente por someterse a una fuerza mayor.

La mordacidad de ambos cosmos crean una mezcolanza de amenazas y certezas, fundiéndose hasta establecer correspondencias perfectas entre un ultimátum y el otro. Son sables colindando en un espacio incorpóreo, lanzando chispas contra las esperanzas de una tregua, penetrando e intoxicando las promesas del pasado con un aguijón mientras se destazan con garras de fiera los deseos de la paz; arrebatándole a la Diosa Athenea cualquier orgullo de llamarlos a ambos sus caballeros, pues aunque uno de ellos defiende fervientemente sus ideales, está dispuesto a asesinar a su excamarada antes que dejarse derrotar por la mancha de esa estampa como traidor del Santuario.

Te concederé la única misericordia que mereces, Aioria: Lanza tu primer golpe. - espeta - Cuando lo hagas no habrá perdón. Te asesinaré y acabaré de una vez por todas con esta locura.

Desvanece cualquier canal para comunicarse con el residente del Onceavo Templo, ya no hay vuelta atrás, todo en su cuerpo se prepara para la contienda al retrasar una de sus piernas y elevar ambos brazos, en diagonal, listos para defender y contraatacar: La batalla comienza ahora.



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