Ocurrió al mediodía. Un autobús de niños se había volcado en la autopista tras un viaje escolar, lo que pudo escuchar por la frecuencia intervenida de la policía. Habría mercancía, demasiada, así que llevó la hielera tan sólo con una capa de hielo que no ocupara demasiado espacio, entonces fue ahí. Era la primera vez que tomaría "piezas" infantiles. Segúramente se venderían más caro, era algo exclusivo. No tenía ni idea de cómo se iba a topar con la pared ese día.
Ahí estaba ella. Después de tres meses sin dar prescencia, Hohenheim esperaba atento, veía cada movimiento que realizaba meticulosamente, desde el como portaba su hielera, hasta el cómo trataba de cuidar sus espaldas de que nadie estuviese alrededor a pesar del llanto insesante de los críos. Él por su parte se movía como sombra, de aquí para allá, entre saltos esporádicos sobre la calle, y finalmente la parte superior del autobús, donde se sentó en pose china, con los glúteos tocando sus pantorrillas.
—¿No tienes ningún pudor, eh? —
Ella pudo reconocer aquella voz. La voz maderosa y tétrica que tenía ya el anciano V, con un aspecto joven. Por desgracia siempre fue así, aunque para estos tiempos, ya era más que un vejestorio desgastado por el pasado. El pasado que aún vivía en su piel, con diferentes tatuajes, como un dos, una espada, un dragón, unas alas, y una brújula. Todo era representativo para él.
