Una vez que se hubo cambiado, salió con premura; estaba acostumbrada a hacer todo con rapidez, siempre había una actividad después de otra. Tomó sus cosas, corrió a su bicicleta y se dirigió a la salida de la escuela. Fue entonces que vio esa silueta que se volvía cada vez más familiar.

Detuvo la bicicleta en seco, se bajó, y caminó con esta por el manubrio.

—Nishimura-senpai. Estuviste increíble en la práctica hoy, jamás te había visto jugar, estoy impresionada.— dijo con emoción en su voz y una sonrisa rebosante, parándose a su lado, mirándole hacia arriba.

Estaba exhausta. La primera práctica le había parecido larga y confusa. Pues, por más que se había esforzado en aprenderse las reglas y los nombres de las jugadas, la práctica había sido diferente y rigurosa. Cuando todos los de ambos equipos, tanto varonil como femenil se reunieron al rededor del entrenador, Airi trataba de que su respiración agitada no se escuchara demasiado.

Lo miraba con una atención casi agresiva, como si no quisiera perderse ni una sola de esas palabras que tenía para decir. Con la cara y el uniforme manchado, se giró a ver a Nishimura cuando el entrenador lo mencionó, y por primera vez en el día, una sonrisa reemplazó la rigidez de concentración que había en su cara, y lo miró con admiración, como lo hacían todos los presentes. Y cuando sus miradas se cruzaron, asintió con cierta emoción por verle brillar frente a todos. Pero las chicharras la espabilaron, y rápidamente se dirigió a los vestidores.

con honestidad.
Las chicharras pronto empezaron a sonar, anunciando que la tarde podía estar llegando a su fin, y que el cielo pronto estaría oscuro y lleno de estrellas.
Los estudiantes fueron a dejar el equipo en un pequeño almacén detrás del instituto. Y tras ir a los vestidores para cambiarse iba siendo hora de irse. Hideo tomó su bicicleta, yendo hacia la entrada principal y quedó esperando cerca de una de las columnas del muro. En espera de Airi.

Las prácticas de la academia Seika Gakuen había acabado. En el campo de baseball el grupo iba abandonando sus posiciones para ir hacia el entrenador, quién los esperaba con una sonrisa. Complacido por lo que había visto.
Cada se puso en frente de él.

—Excelente trabajo —reconoció—, deberían sentirse orgullosos por sus avances, han jugado muy bien. Sobre todo tú, Nishimura-San.

El grupo se volteó hacia él. Nishimura se encontraba tranquilo, en un porte de confianza, estaba acostumbrado a ser visto por muchas personas, y lo mínimo que podía hacer era verse seguro, inspirando así la confianza el grupo.

—No es nada, Sensei. Siento que todos hemos trabajado duro, incluso los nuevos han podido adaptarse rápido, ellos son los que en realidad merecen sus halagos.

Buscó con la mirada a una de las novatas, esa figura que se distinguía más que una rosa en medio del césped. Algunas veces su mejor amigo, Haru, le preguntaba el por qué reparaba tanto en ella.
Nishimura nunca respo