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Fué aquella vez, la primera en la que durmió realmente solo. Entumió sus pies, adormeció sus dedos, y rindió tributo a la noche, con el letrero más brillante y despampanante a sus dolidos ojos. Sintió el abandono, el aferro, la primera perdición de Dios en el horrido estruendo del ventanal, y el principio de la sequía de sus labios, esa que terminó por carcomer la piel descaparelada en su entraña más suave.
 
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Hellcrawler · 26-30, M
Sus ojos desorbitaron el marco de la pared, se hundieron firmes entre dos almohadas del rincón, volvieron a hacerse nudo, y el insomnio fue cómplice de esa mascarada de situaciones. Desde las ocho el ruido no cesaba en los pisos superiores, los inferiores contaban con escándalo sexual, la vida de lujuria que el humano hace prevalecer ante una necesidad imposible de rellenar, un vacío casi tan existencial, cómo el por qué él estaba ahí; No recordaba nada.

— ¿Qué hora es? ,— Miró el reloj.

Las sensaciones transmitidas sobre esa noche no fueron explicables, la hora no contaba con sentido, y el sin sentido más grande, eran sábanas blancas manchadas de rojo. El nerviosismo ganó su coartada, sus manos cayeron desvanecidas como dos ramas al trecho, y su cadera se re-ubicó fuera de la cama, cómo espectador, tuvo el resultado que no esperaba, una mujer, de no más de veintiún años, descansaba a su lado, con un disparo en la cabeza, y la prueba de que su realidad iba a cambiar.
 
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