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Fué aquella vez, la primera en la que durmió realmente solo. Entumió sus pies, adormeció sus dedos, y rindió tributo a la noche, con el letrero más brillante y despampanante a sus dolidos ojos. Sintió el abandono, el aferro, la primera perdición de Dios en el horrido estruendo del ventanal, y el principio de la sequía de sus labios, esa que terminó por carcomer la piel descaparelada en su entraña más suave.
 
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Hellcrawler · 26-30, M
Cegado, desenfrenado por la ira y la discordia, rodó sobre el piso del baño, buscando una cobertura decente frente a ese muro de concreto y azulejos negros con blanco. Era imposible huir de una forma convencional, el fuego cruzado de subfusiles alemanes eran la receta perfecta para cocer a cualquier ser vivo en un espacio cerrado, esto predecible por los sonidos de los silenciadores calentándose, y los casquillos de las balas lloviendo sobre el tapete manchado anteriormente también, por sangre de la jovenzuela.

— Carajo. — En voz baja, Charlie hizo enmudecer labios.

Esa era la dualidad entre el demonio dentro suyo, y su persona, su humanidad aún débil, llena y concebida por una carne tan sucia como sus manos cubiertas de ahora, vidrios reventados en el espejo. De repente los disparos frenaron, no se oía ni un alma, más que los hombres encapuchados dispersando cargadores al suelo, no tenían aparentemente una ronda de espacio o tiempo. Charles hizo sus cálculos, tomó un cristal.
Hellcrawler · 26-30, M
Un ruido, diferente a todos los demás, amordazó entonces la situación. ¿Goma, botines, armas chocando entre sí? Todo calculado, Charles se tuvo que movilizar. Tendió una sabana blanca sobre el cadáver, se deslizó directamente al baño, y con sus dedos, mancillados en sangre, acomodó dichos por cada lateral del lavabo; Se miró al espejo, notó al mismísimo infierno en sus ojos, bañados en un rigor rojo, platinado, similar a la escarcha, o su propia sangre.

— Te están buscando, Charlie. —Aquella voz atronadora interrumpió.

— ¿Quién?— En pautas de madurez, trató de conjetar.

— Riptide. —Azkeel, a través del espejo, asintió.

Ahí estaba, en ese preciso Charles pudo observarlo, pudo concebir, que definitivamente, era tan horrible como se lo imaginaba. Era una mímica suya en el espejo, con un parche en el ojo diestro, y un cuerno de ébano sobresaliendo su frente, heridas por todo el rostro... Y una macabra sonrisa tan espléndida como la flashbang que se arrojó por debajo
Hellcrawler · 26-30, M
Charlie observó a la mujer. Después regresó sus manos hacia su cabeza, jaló el cabello. Había perdido su cordura, había abandonado toda razón de ser, hasta que una voz, tosca y atronadora, brilló como un palmo sobre su hombro, para susurrarle entre deseos y caricias, un agravio tan fuerte cómo lo cometido.

— Escucha, Charlie ,— Dijo la voz.

— ¿Quién eres, qué quieres? ,— Replicó el agente.

— Soy Azkeel, quién posee tu cuerpo ,— Se presentó.

Charlie tan pronto cómo escuchó aquel nombre demoniaco, se derrumbó en el suelo, parecía buscar algo; Revolvió sus pantalones, revolvió un pastillero, arrojó sus zapatos al otro lado de la habitación, y un impacto de repente hizo quebrar su movilidad. Cayó de rodillas.

— Charlie, tú fuiste asesinado aquella noche ,— Explicó Azkeel.

— ¿C-cómo? ,— Temeroso, preguntó.

— Te estoy dando la oportunidad de vivir. ,— El demonio pausó unos segundos, dándole dramatismo a la escena.— Pero has de cumplir, y servir a mis méri
Hellcrawler · 26-30, M
Sus ojos desorbitaron el marco de la pared, se hundieron firmes entre dos almohadas del rincón, volvieron a hacerse nudo, y el insomnio fue cómplice de esa mascarada de situaciones. Desde las ocho el ruido no cesaba en los pisos superiores, los inferiores contaban con escándalo sexual, la vida de lujuria que el humano hace prevalecer ante una necesidad imposible de rellenar, un vacío casi tan existencial, cómo el por qué él estaba ahí; No recordaba nada.

— ¿Qué hora es? ,— Miró el reloj.

Las sensaciones transmitidas sobre esa noche no fueron explicables, la hora no contaba con sentido, y el sin sentido más grande, eran sábanas blancas manchadas de rojo. El nerviosismo ganó su coartada, sus manos cayeron desvanecidas como dos ramas al trecho, y su cadera se re-ubicó fuera de la cama, cómo espectador, tuvo el resultado que no esperaba, una mujer, de no más de veintiún años, descansaba a su lado, con un disparo en la cabeza, y la prueba de que su realidad iba a cambiar.

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