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HelgeEinar · M
Era un hecho, lo sabía cada flor ahí presente, lo había estipulado cada hormiga y cada ave, y él era el encargado de mantener oculto ese pequeño paraíso, pero, sobre todo, era el encargado de defenderlo.

El dragón pareció alargarse, acercándose más al visitante. Su cuerpo largo se movía, desenrollándose de sí mismo. Sus escamas adquirieron un brillo oscuro, a pesar de ser de un verde blanquecino; era la luz proveniente de una pequeña flor que hasta ese momento había permanecido oculta tras el cuerpo del anciano. Salía del anonimato, posada en un enorme cuarzo puntiagudo. Los ojos del dragón se movieron, mirándola por el rabillo. “Oh… Así que viene por ti, querida mía.” [...]
 
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