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Siulem · M
Lamentablemente eso tampoco era algo que alcanzaría a preguntarle; con un movimiento de su cuerpo hacia delante, ligeramente agachado, desenvainó trazando un semi círculo de izquierda a derecha, el peso recargado en la pierna diestra flectada hacia delante.

Sus ojos medían a su rival, su altura, su contextura para sacar una aproximación de su peso, y alguna que otra característica peculiar, como ese par de cuernos que había mantenido sobre su cabeza. Cualquier información servía.

Su ataque no había sido con la intención de matar, sino más bien de mantener cierta distancia, trazando los límites de su terreno, por lo que de inmediato dio un ligero brinco hacia atrás, en caso de que el dragón fuera a lanzarle algún contraataque.
Siulem · M
Su intención jamás había sido pelear, tampoco creía tener intenciones malas, mundanas ni descorteses, como se le acusaba, pero el tiempo no daba tregua a la plática. En cosa de segundos, la gigantesca y alargada criatura pasó de ser tal a tomar la apariencia de un hombre, tal como Siulem solía hacer.

—No he venido aquí a crear una masacre ni mucho menos. —Habló en voz baja, viendo como el guardián se le acercaba blandiendo su arma, a la vez que él ponía la mano en la empuñadura de su sable curvo. —Pero tampoco puedo irme sin antes conseguir lo que vine a buscar.

Sabía que tal vez no tendría oportunidades frente a un ser como él, pero no podía dar marcha atrás. Prefería morir en el intento de salvar a la princesa, que largarse sin haberlo dado todo. Además, le parecía curioso que el dragón, en vez de intentar tragárselo de un bocado, hubiera adoptado una forma humana, lo hacía pensar que quizás no deseaba matarlo. (...)
Siulem · M
La voz que provenía de la nada, pero a la vez del todo, lo interrogaba. Se había percatado de que no era un humano, a pesar de su apariencia, cosa que aparentemente le había causado agrado.
Aún desconocía si el lugar donde se encontraba era el mítico bosque de leyendas que había oído, quizás solo era un lugar apartado nada más, aunque debía admitir que uno no se topaba todos los días con dragones.
La paz duró poco, cuando pensaba responder el porqué se encontraba ahí, sus ojos se desviaron hacia lo que el alargado ser ocultaba, un pico de cuarzo donde, solo gracias a su excelente vista, logró divisar una pequeña y solitaria flor.

—Es real... —Susurró, sin poder salir de su asombro. Aquello significaba que su sobrina tenía una oportunidad. Dando pasos torpes hacia delante, con la vista fija en el lirio, escuchó las palabras hostiles del dragón. —¿Marcharme? —No podía hacer eso... Definitivamente no. (...)
HelgeEinar · M
Un destello, el dragón desapareció y el techo de árboles se abrió, las ramas se movieron a una velocidad jamás vista, permitiendo a la luz de la luna entrar e iluminar una figura de sutil fisonomía. Un hombre de apariencia etérea, de piel clara y cabellos violáceos, con dos cuernos color de la luna en cuyas puntas tomaban matices esmeralda, lo miraba desafiante, espada en mano. Sus ropas antiguas rememoraban a épocas lejanas. Con expresión decidida, emprendió un paso calmo pero firme, tomando la iniciativa de la contienda al acercarse al invasor con intenciones de sacarlo, vivo o muerto.
HelgeEinar · M
Un murmullo, como un trueno corto pero potente, se extendió repentinamente y se calló con la misma rapidez que había sido pronunciado. Si bien las palabras no eran fácilmente comprensibles, la entonación del asombro con que fueron emitidas entregaban un mensaje claro: Enojo, negación, rechazo. Y en caso de que los oídos del recién llegado no hubieran captado el mensaje, el dragón se permitió hablar con su voz por primera vez:

La descortesía no es bienvenida aquí. Tus anhelos mundanos manchan la honra y la pureza de este bosque; nos insultan y molestan. —Su voz era un gruñido tan potente que la tierra y las ramas se agitaban como si de un temblor se tratase. —Vete de aquí, viajero, no te queremos. Vete de aquí, llévate tu codicia. Vete de aquí ahora o probarás mi furia. Vete de aquí ¡Vete! [...]
HelgeEinar · M
Era un hecho, lo sabía cada flor ahí presente, lo había estipulado cada hormiga y cada ave, y él era el encargado de mantener oculto ese pequeño paraíso, pero, sobre todo, era el encargado de defenderlo.

El dragón pareció alargarse, acercándose más al visitante. Su cuerpo largo se movía, desenrollándose de sí mismo. Sus escamas adquirieron un brillo oscuro, a pesar de ser de un verde blanquecino; era la luz proveniente de una pequeña flor que hasta ese momento había permanecido oculta tras el cuerpo del anciano. Salía del anonimato, posada en un enorme cuarzo puntiagudo. Los ojos del dragón se movieron, mirándola por el rabillo. “Oh… Así que viene por ti, querida mía.” [...]
HelgeEinar · M
“Diminuto en tamaño, grande en espíritu, oh viajero ¿Qué te trae a este bosque? La aventura o la desventura, la alegría o la tristeza, dime tu, viajero ¿Qué quieres de nosotros?”

El bosque calló su canto, el viento cesó su sople, todos expectantes, el silencio absoluto. Los bigotes y las barbas del dragón se mecían casi imperceptibles, movidos apenas por el efímero aliento que expelía de tanto en tanto. El amo de la tierra y las plantas aguardaba paciente. Si era codicia su respuesta, atacaría; si era ofrenda, la recibiría; si eran preguntas, las respondería; si deseaba quedarse, lo echaría. En ese bosque se había llevado a cabo un pacto el día en que llovió sangre y fuego: La última batalla no daba tregua a nuevos transeúntes, nadie ajeno al bosque podría tomar como propiedad sus tierras. [...]
HelgeEinar · M
“Ah… Que noche memorable, oh, que noche me depara hoy.” Un crujido, el árbol parecía reclamar a su querido el abandono de su cuerpo cubierto de escamas. Una vez más, la voz del anciano no salía de sus labios, pero cualquier ser vivo presente en el bosque podría oírla. “Llevo siglos sin ver a uno de tu tipo, a uno que camina con pies y aferra con manos… ¡Pero espera! No eres humano… Oh, que novedad, luces como uno, más no lo eres.”

Como un tornado, su cuerpo alargado se empinó hacia arriba, a un techo cubierto de flores, ramas y hojas. Cuan bello y grácil era su movimiento, que ni si quiera interrumpió el vuelo de la más pequeña mariposa nocturna. Sus cuernos rozaron el techo de ramas y ahí se detuvieron. Su cabeza ligeramente inclinada apuntaba el rostro de ojos profundos y gigantescas fauces hacia el diminuto hombre. [...]
Siulem · M
En ese contexto es que dio un paso en falso. La tierra se lo tragó, un vuelco vertiginoso se apoderó de su estómago y cayó. Cuando aterrizó, amortiguado su cuerpo por una gruesa capa de hierva, vio un lugar de ensueño, un bosque oculto, un árbol gigantesco a distancia y una criatura enrollada en él.

Miró a su alrededor, buscando un sonido que le llegaba, una canción. Tardó unos segundos en comprender que era el cantar del bosque y por primera vez desde que había emprendido el viaje, sintió temor. Temor y respeto.
Siulem · M
Fue una tarde en que había perdido el rumbo, llevaba buscando más de una semana, su espíritu no perdía las esperanzas. De vez en cuando le llegaban noticias de su natal Direh Mig’Jaa; la princesa resistía gracias a la energía y curaciones de todo el pueblo, más su luz se apagaba día a día. Con la mente y el cuerpo puestos en su cometido, el tigre continuó. La espesura de ese bosque era tremenda, incluso para él. Era como si alguien, o algo, intentara impedirle el paso, pero él era un tigre y los tigres tienen un espíritu inquebrantable y un ego tremendo. Continuó por horas, hasta que la luz solar se extinguió, cosa que hacía mucho había dejado de ser relevante, dado que las ramas y las hojas enmarañadas habían cortado cualquier rayo hacía mucho (...)

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