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-En su mente solamente yacían infinitas plegarías de paz, de recuperación y de armonía. Añoraba que las batallas se terminasen, pero entendía que nunca podría vivir en paz sino era por medio de la unificadora guerra que conformaría el territorio nipón en imperio. Suspiró, anhelando conectar con su propia conciencia.
Hizo caso a su sugerencia, y aunque en su sensibilidad yacía el perpetuo recuerdo de su cónyuge esperándole en la calma de la villa en la que vivían, Kimura era parte de un mundo en el que los hombres de su talla consideraban finos instrumentos de su voluntad a otros seres humanos, como en el caso de la misteriosa Oiran. Le permitió alcanzar su ancha espalda, así oler la masculina fragancia del varón, que entre medicina y sudor típico, desbordaba de presencia. Inmaculada era su piel, dado la ausencia de la vida del campesino, más entrenada y fortalecida por el buen comer, así como el destino guerrero que eligió. La mortal herida yacía en su vientre, oculta tras la tela-
 
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