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Hanaogi · 22-25, F
Una vez que se puso de pie, las manos expertas de Hanaōgi no tardaron en comenzar a despojarle de esa armadura con cuidado, colocándola en un soporte para armaduras de manera respetuosa, y no tardó en percibir ese aroma a medicina y a guerrero.

—Se encuentra herido, mi señor.

Acotó con tranquilidad, mientras sus manos, céleres y asertivas, comenzaron a remover con cuidado el kimono del samurai, apreciando así esa piel prístina con sobriedad digna de las de su clase.

—¿Le apetecería un baño herbal? Si me permite, puedo aliviar sus dolores.

Sugirió hablándole casi al oído, parada justo detrás de él, con su cuerpo menudo bien cubierto por las varias capas de sus kimonos. La noche era joven, aquel samurai era su primer cliente, y el único al que atendería, pues el honor de acompañar a alguien tan distinguido, sólo se le confería a la Yobidashi del Ogiya Uemon.
-En su mente solamente yacían infinitas plegarías de paz, de recuperación y de armonía. Añoraba que las batallas se terminasen, pero entendía que nunca podría vivir en paz sino era por medio de la unificadora guerra que conformaría el territorio nipón en imperio. Suspiró, anhelando conectar con su propia conciencia.
Hizo caso a su sugerencia, y aunque en su sensibilidad yacía el perpetuo recuerdo de su cónyuge esperándole en la calma de la villa en la que vivían, Kimura era parte de un mundo en el que los hombres de su talla consideraban finos instrumentos de su voluntad a otros seres humanos, como en el caso de la misteriosa Oiran. Le permitió alcanzar su ancha espalda, así oler la masculina fragancia del varón, que entre medicina y sudor típico, desbordaba de presencia. Inmaculada era su piel, dado la ausencia de la vida del campesino, más entrenada y fortalecida por el buen comer, así como el destino guerrero que eligió. La mortal herida yacía en su vientre, oculta tras la tela-
Hanaogi · 22-25, F
Entregó la pequeña flama, y con la misma ceremoniosidad, tomó un suzu, y lo hizo sonar en cuanto el samurai prendió el incienso. Quedó en un silencio solemne mientras el aroma llenaba aquel recinto, y bajó el suzu con cuidado, poniéndolo sobre el pequeño altar. Entonces hizo girar su cuerpo en dirección al hombre, y a penas levantó el rostro, sin levantar la mirada.

—Mi señor, permítame despojarle de sus ropas, así podrá estar más cómodo.

Sugirió, y sus manos quedaron al frente, esperando una respuesta. Era la etiqueta, después de todo, con figuras tan honorables y notables como lo eran los samurais, y mientras la Oiran esperaba, dos jóvenes hashi-jōros entraron con sigilo dejando una bandeja con comida, y otra bandeja con sake y té, saliendo tan célere y discretamente como habían entrado.
-El heredero del clan Toyotomi era un hombre colosal, incluso para sus pares administradores de la guerra, conocido por su estatura y su porte intimidadante, que acondicionaba con exquisitos modales y una suavidad admirable en sus movimientos. Yacía muy herido, pero ni eso le hacía perder su postura, aunque la faja que llevaba, aquel haramaki blanco, que ocultaba una profunda herida en su vientre producto de una katana, presionase con mucha fuerza. Obligado al aislamiento de la batalla, optó ya por tareas distintas, como el merecido descanso.

Sin medir palabras, él tomó el exótico fuego, y lo usó para quemar el incienso que pronto otorgó a la sala un aroma puro-

Ahora... Mucho mejor.
Hanaogi · 22-25, F
La oiran asintió cordialmente ante la petición del samurai, con una ligera inclinación de cabeza, y envuelta en sus 7 capas de kimono debajo de su uchikake. Su mirada, respetuosa y acorde al protocolo, era baja, y estaba puesta en el kabuto recién removido, mientras que, una de sus manos, delicada y pálida, acercaba un fósforo (excelso regalo de un extranejro) hacia la punta del incienso en cuestión.

—Mi señor, ¿preferiría usted encenderlo? Después de todo, la plegaria es suya.

Le ofreció entonces el fósforo encendido con una reverencia respetuosa.
Se solía decir que en las antiguas chashitsu era común el quemar de los inciensos para purificar el alma, el pensamiento, demás. No puedo detectar realmente cual es el aroma que ahora percibo ¿Podría ayudarme? -Reveló el samurai, removiendo su kabuto para acomodarlo a alturas de sus propias rodillas, una vez que tomó asiento-

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