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Al parecer dio de más, pensó. Aunque el señor bien lo trató de disimular Mahdi advirtió cierto y puro interés por su dinero. Era un cliente y él un vendedor. Así que restó importancia en lo que perdía de vista a las mujeres que volvieron al interior.
No pasó mucho rato cuando vio acercarse un grupo; bandejas llenas de comida con un exquisito y único olor eran acompañados por alcohol en jarras que Mahdi suponía artesanales. Luego el sonido de una especie de bastón, marcando el paso a una nueva mujer; se veía digna y glamurosa, aunque su vista estuviese apuntando al suelo el porte que tenía le hacía creer que ella miraba bien alto, al igual que un emperador mira a su imperio encima de murallas.

—Ustedes los japoneses —dijo para luego tomar una de las jarras y así servirse un poco más de alcohol—, verdaderamente son únicos.

Remarcando lo último en dirección a la Oiran.

—Aceptaré con mucho gusto mi estadía aquí, prometo hablar bien de su lugar cuando viaje a tierras extranjer
 
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