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Hanaogi · 22-25, F
Su cuerpo se irguió, y mantuvo esa postura grácil mientras esperaba la respuesta de su cliente, con la mirada baja, pues, en Japón, esa era una señal de alto respeto. Permaneció a penas a un paso de la puerta durante el planteamiento, pues parecía necesitar de las indicaciones del huésped para proceder en su avance.
Hanaogi · 22-25, F
—Yokōso, okyakusama, mi nombre es Hanaōgi, y esta noche le acompañaré, y trataré de hacer de su velada algo inolvidable.— dijo con voz suave y tan elegante como su porte, o sus movimientos, como si todo en ella y de ella fuera natural pero extravagantemente armonioso. El khakkhara volvió a sonar, y la mujer hizo una reverencia ligera, en señal de respeto a su nuevo cliente, que hizo sonar los kanzashis sobre su cabello, que emitieron un tintineo armonioso.

—Buen señor, espero que nuestro recibidor sea de su agrado, sin embargo, permítame ofrecerle las demás habitaciones que tenemos para su deleite esta noche: puede pasar su velada en una habitación frente al estanque de los kois; privada, tranquila, alejada del tumulto. O puede elegir la habitación del último piso; con una vista espectacular del distrito de Yoshiwara, y, por supuesto, privacidad y nada de tumulto.— la Oiran hablaba despacio, con un tono que parecía que cantaba, o que leía un poema.
extranjeras.

Dio un trago al alcohol que previamente se había servido y quedó allí a la espera de que la Oiran lo invitase a conocer el local.
Al parecer dio de más, pensó. Aunque el señor bien lo trató de disimular Mahdi advirtió cierto y puro interés por su dinero. Era un cliente y él un vendedor. Así que restó importancia en lo que perdía de vista a las mujeres que volvieron al interior.
No pasó mucho rato cuando vio acercarse un grupo; bandejas llenas de comida con un exquisito y único olor eran acompañados por alcohol en jarras que Mahdi suponía artesanales. Luego el sonido de una especie de bastón, marcando el paso a una nueva mujer; se veía digna y glamurosa, aunque su vista estuviese apuntando al suelo el porte que tenía le hacía creer que ella miraba bien alto, al igual que un emperador mira a su imperio encima de murallas.

—Ustedes los japoneses —dijo para luego tomar una de las jarras y así servirse un poco más de alcohol—, verdaderamente son únicos.

Remarcando lo último en dirección a la Oiran.

—Aceptaré con mucho gusto mi estadía aquí, prometo hablar bien de su lugar cuando viaje a tierras extranjer
Hanaogi · 22-25, F
Su vestimenta consistía en varios kimonos en capas, de la cual sobresalía su precioso uchikake de seda satinada con brocados dorados. Su cintura era adornada por un dobladillo muy acolchado que fungía como cinturón sobre la parte superior del bajo kimono, y que tenía un diseño estampado solo a lo largo del dobladillo, abrochado con un obi anudado en la parte delantera. El atuendo visiblemente reflejaba una sofisticación digna de la clase alta de sus clientes, sobresaltada por la magnificencia de su cabello, que tenía ocho kanzashis de oro y carey que pendían de su peinado elaborados y bien encerados.

La mujer se detuvo en la puerta, como si esperara el permiso del cliente, o quizá ser bien admirada por este, para que este pudiera echar un vistazo a lo que su dinero le podía comprar en aquel lugar.
Hanaogi · 22-25, F
Complacido, el hombre tomó el saco de monedas, y lo guardó entre su yukata, con cuidado y respeto ante todo. Volvió a reverenciar al frente. "Con esto es más que suficiente, buen señor, puede comer comer, beber, dormir, y disfrutar la compañía de nuestra mejor dama por una semana, si así lo desea. Aunque, por supuesto, es bienvenido a quedarse más tiempo." hizo una señal con la cabeza, y las hashi-jōro salieron con premura a hacer los respectivos preparativos.

Pasaron tan sólo un par de minutos, cuando las puertas del salón se abrieron, y entró una procesión de mujeres con bebida, comida, e instrumentos musicales. Y detrás de ellas, siguiendo el sonido de un khakkhara, la Oiran mencionada apreció, caminando a paso lento y ceremonioso, con movimientos delicados de sus pies desnudos, y la vista en el suelo.
Sonrió complacido ante las palabras del hombre, bien se veía que tenía la habilidad de ganarse la atención de los clientes. Siempre procurando elogios. Mahdi, por supuesto se reía, asintiendo un tanto divertido por sus halagos.

—Veo que sabe a qué mujer recomendarme. Y me encantaría saber de alguien diestra en el arte —agregó sacando de sus ropas un pequeño saquito—, pero primero estoy hambriento, ¿Cuánto debo pagarle? Podrían hacerme llegar la comida mientras estoy con esa dama que tanto me habla.

En el mostrador dejó cinco monedas de oro e hizo un gesto de silencio con el índice a su contrario.

—También algo de beber. Su alcohol me ha encantado.
Hanaogi · 22-25, F
Las hashi-jōro retrocedieron tras servirle al recién llegado, y ocultaron sus rostros, esperando instrucciones del hombre del recinto, quien comenzó a hablar ante la pregunta del huésped. "Supongo que es nuevo en Japón, buen señor. Quiero asegurarle de que definitivamente llegó al mejor lugar en todo Edo. Si me permite asumir, diría que es usted un hombre muy refinado con gustos exigentes." hizo una reverencia pronunciada, y continuó hablando desde esa posición.

"Puedo ofrecerle los servicios de nuestra Oiran, un espécimen magnífico con dotes artísticos y una belleza sin igual. Le aseguro que no encontrará una mujer tan fina ni recorriendo todo Japón." agregó, respetuoso, irguiéndose para observar al persa.
—Salam, señor, he oído muy buenas cosas de su local —apresuró el moreno en una reverencia y una amplia sonrisa—, estoy en busca de un lugar para descansar y comer.

En ello puso atención en las nuevas personas que se asomaron, había una botella y una especie de vasos-platos. Debía admitir que las mujeres eran hermosas. Agradeció y olfateó un poco la botella para tomar de un sorbo. Pagaría por ella, además así no correría el riesgo de ensuciar su candys.

—Es muy sabroso, su olor y sabor me recuerdan al arroz. Aún no conozco mucho de su cultura, así que, ¿Qué puede recomendarme?
Hanaogi · 22-25, F
"Bienvenido a Ogiya Uemon, buen señor." acotó el hombre que le recibió con una formalidad digna de un huésped extranjero, pues, a diferencia de otros lugares, en Yoshiwara siempre eran bienvenidos, pues solían llevar buen oro consigo.

"Tiene la suerte de llegar al mejor seirō de Yoshiwara. ¿Qué servicios le apetecen esta noche? Tenemos el mejor sake, la mejor comida, y las mejores mujeres, por supuesto." ofreció el hombre, y detrás de él entraron dos hashi-jōro con una bandeja de comida y un jarrón de sake.

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