Notando la paz inalterable, se sentó con cuidado al lado de su cabeza en la cama, se cruzó de piernas y tarareando ligeramente posó la mano derecha sobre la cabeza ajena. Ahí, deslizó los dedos entre sus cabellos hasta llegar a una de sus orejas felinas, delineando el contorno de la misma con suaves caricias arrulladoras.