— Fue lo que acabo de decir. Puede que la explosión te haya dejado sorda. — Como contrapartida por su golpe y adelantamiento, le pellizcó los pezones desde atrás. Tratándose de la loca — No diría esa palabra tan a la ligera, porque recordó lo que le dijo la primera vez— no pensaba que fuera un castigo adecuado. Al menos, la despertaría de su sueño rebelde; la traería a la realidad y, quizás, escuchase un 'gracias por sacarme de Arkham' como disculpa.

— Sólo salen estupideces de tu boca —respondió con hastío, separando su cuerpo del suyo. Pasó por su costado, hundiéndole un codo en las costillas para empujarlo y abrirse paso hacia la parte frontal, donde podría remojarse como Dios manda—. Si quisieras "echarme", no hubieras hecho lo que hoy. Yo soy "tu payaso", estás atrapado —dijo antes de hundir el rostro en el chorro de agua caliente, en lo que peinaba sus cabellos hacia atrás.

— ... — Qué fastidio. Otra vez estaba llorando. Es incómodo ver a una mujer llorar. Al menos, lo hacía mientras no podían mirarse, por la postura que eligió para acomodarse. Fue limpiándose a sí mismo y, de vez en cuando, pretendía quitar sus lágrimas, aunque terminase manchada por más agua. — No está en mis planes echarte hoy. De hacerlo, haberte sacado de la cárcel sería en vano. Todavía hay que matar al payaso.

Al soltarse el cabello se dio cuenta de lo mucho que le había crecido en esos meses, en realidad ya ni se notaba el color en las puntas, como ella pensaba. Con la humedad el olor de su propio cuerpo la embargó y eso la hizo sentir asqueada. Respiró profundamente y desde su espalda, se apegó al gran cuerpo del mercenario. No le abrazó, sólo unió torso con espalda, y su rostro apoyado de costado contra su omóplato, para sentir su calor y que el agua la alcanzara mejor mientras empezó a derramar una lágrima tras otra. El sonido de la ducha apagaba sus sollozos y eso era muy reconfortante—. Gracias por mi hamburguesa... —fue lo único que atinó a decir entre lloriqueos. No tenía a quién más llamar. Ya no tenía con quien contar—. Estoy tan cansada que mis pies no llegarían ni al auto si quisiera irme.

— Estaba demasiado ocupado escuchando los lloriqueos de los guardias. Discúlpame. Creí que eran tus amigos... — Ya se encontraba enjabonándose. Como tenía pensado asearse en lo que ella realizaba la llamada pertinente a quien sea que pudiera facilitarle el dinero, no la escuchó ni la vio entrar (¿quién pudiera, con un ojo menos?). Ya el sonido del agua lo hizo olvidar de todo a su alrededor, cerrando el ojo y dejándose llevar por la tranquilidad — o lo que sea que pudiera ser eso que significa no estar luchando cuando Harley está cerca — del momento.

— ¿No pudiste decírselos tú mismo hace un rato? —le soltó de súbito, hasta agresivamente—. VIVÍA —le corrigió—, y tú no sabes nada, ni siquiera tienes buen gusto —refunfuñó, dando vueltas por el sitio, ignorándolo cuando le ofreció el teléfono. Al escuchar el sonido del agua de la ducha correr se miró el cuerpo y ese horrible traje del asilo que apestaba... llevaba días, sino semanas sin bañarse. Se arrancó ese estúpido atuendo y le siguió hasta el baño, entrando con él a la ducha en silencio. Sólo quedándose de pie donde el agua le alcanzara a salpicar.

— Cualquier cosa es mejor que el basurero en donde vives. — No había nada de sarcasmo. Odia ese lugar por ser el sitio en donde casi pierde un ojo. Menos mal que ya no existe. — Dile a alguno de tus amigos en la cárcel que mataré a quien sea si paga lo suficiente. ¿No te sirve? — Se fue quitando el chaleco, la camisa. Soltó su mano y le extendió el teléfono del bolsillo. Al poco tiempo, ya estaba en la ducha, accionando el agua.

— Cuánto glamour —dijo con sarcasmo, mirando todo a su alrededor con una expresión de asco. Pero en realidad se sentía bien. Se afirmó a uno de los brazos de Castle y así caminó a su lado hasta que la guiara hacia ese supuesto departamento—. Necesitaremos mucho dinero —"y no tengo energía para conseguirlo", quiso decir, pero se le ocurrió algo que no sería la primera vez que hacía; robarle a otra ladrona que bien conocía. Pero ahora sería más arriesgado que nunca acercarse a ella. Le dolía la cabeza de sólo pensar.

— Es un viejo departamento. Lo uso como depósito. Algo así como Parque de Diversiones de la Muerte pero menos dramático. Y sí; aquí pienso hacerlo. — Lo primero era recargar la escopeta que usó antes... pero eso después del baño. No se puede hacer todo con olor a muerto encima. Comprar ropa limpia, calibrar las armas y afilar los cuchillos. Las granadas no fueron desperdiciadas, pero, por estos días, cuesta conseguirlas. Tendría que ponerse en contacto con Emma Frost. A lo de su nombre, no contestó. No hacía falta. Ya sabe que es un nombre que puede usar quiera o no.

— Necesitaré mucho bloqueador solar, en ese caso —su respuesta fue más clara con eso, pronto dejó de patear el asiento y se acostó a lo largo del asiento trasero, meditando en silencio hasta que el auto se detuvo, seguro en un motel de mala muerte—. ¿A partir de cuándo debo empezar a decir que me llamo Elizabeth? —preguntó mientras escondía las puntas bicolor de su melena en un moño alto, lo mejor que pudo. Luego bajó del vehículo para darse cuenta de que era un depósito. Se acercó a él por detrás, viéndolo hacerse con las armas—. ¿Es aquí donde piensas ducharte?