La primogénita de Óðinn tenía los peores modales que había visto en toda su existencia y ni un gramo de honor, parecía una fiera dispuesta a morder antes de cuestionar; Eir sabía que eso no era del todo culpa de Hela, pero no se atrevería a retirarle mérito por su comportamiento en la madurez. —Estás en mi territorio, Hel, recuerda eso antes de atreverte a alzar esa arma. Mis compañeras están aquí y no dudaré en cruzar el filo de mi espada contigo si amenazas la integridad de los míos.

Los pajarillos dejaron de entonar sus canciones y el viento pareció detener su andar por el monte. Un silencio profundo se apoderó del sitio, silencio que fue interrumpido hasta que la Diosa sanadora volvió a separar los labios, dispuesta a cumplir con la orden de Óðinn y a no defraudar la confianza de Freyja.