Las discusiones en casa habían estado insoportables ese día, por lo que decidió salir de allí y no sólo de casa, sino de el sector en el que vivía. Si le fuese posible escapar del mundo, lo habría hecho. Estaba harto. Pero como no podía hacer eso, tuvo que conformarse con pasar el rato en el distrito más lindo de la ciudad. No había basura en las calles, ni personas ruidosas. Todo era tan pulcro que él mismo era mal visto por todos; ignorado por completo en los mejores casos.
Se ruborizó; era la primera cosa amable que escuchaba sobre su "nombre". En seguida, se iluminó su rostro con esperanza; ¿en verdad podía quedarse ese suave peluche? Era muy bonito, más bonito que cualquier cosa que haya tenido alguna vez. Lo abrazó con más fuerza, aunque no demasiada porque no quería romperlo.
Tomó al zorro entre sus manos y lo miró atento mientras escuchaba al otro niño y luego lo miró a él y asintió con mucha seguridad.
Se sentía tan feliz, incluso si no sonreía.
Más atrás del niño vio un arbusto lleno de flores blancas muy hermosas, por lo que se puso de pie, sin soltar al zorro, y se apresuró en ir a tomar una. Escogió la más hermosa de todas y la sacó de entre sus hojas, para volver donde el chico y entregársela, con su único ojo visible brillando en agradecimiento.
