¿Quien se apena? ¡No digas tontadas! Nadie está apenado. -Chilló con aquel rostro ruborizado y dejando a flote esa personalidad tsundere que tanto intentó suprimir en los últimos años.- Estás actuando raro conmigo estos días... sólo eso... no importa. -Respondió ahora entre un susurro, al mismo tiempo que se encogió de hombros.-

*El esparvus sólo sonríe levemente ante las reacciones del chico, acariciando sus mejillas, con sus nudillos, al mismo tiempo que también da otro sorbo.
Dejando la lata de lado, se recarga en el respaldo, para, mientras mira fijamente a los ojos del muchacho, expresar.* Sigues apenándote, ¿qué estás pensando ahora? *Una pregunta recurrente, ya que, en últimos días, el comportamiento del pelirrojo lo ha desconcertado, por ser algo que no esperaba en las circunstancias.*

-Aquel agarre le tomó por sorpresa, más aún cuando se obligado a semi arrodillarse en la cama y nalgueado, a lo cual un suave gemido se manifestó de entre sus labios. Para cuando volvió a su posición actual, solo desvió con sutileza la mirada, algo apenado, tanto por lo hecho como por sus palabras.- G-gracias.. supongo.. -Musitó con timidez y nuevamente dio otro sorbo a su lata.-

No. No me molesta. *Responde con tranquilidad y un sutil regocijo al presenciar un poco de la personalidad real de Máximo. Aunque tal vez fuese ese atrevimiento lo que a veces lo metía en problemas, para el esparvus no significa una molestia. Ven aquí... *Tomando su brazo, lo hace que se acerque a él, para darle una nalgada, y después dejarlo.* Por el contrario... me agrada.~

Ah~ ¿Me estás invitando a una cita? Yo encantado de ir con mi señor a donde sea. -Respondió de forma jocosa mientras se tomó el atrevimiento de picotear la cosquilla ajena con su codo. Se estaba sobre pasando un poco pero aún así no se detuvo.- ¿Huh~? ¿Te molesta que esté así en mi habitación? Puedo vestirme si así lo ordenas. -Musitó con una pícara sonrisa para luego dar un nuevo sorbo a su bebida.-

*Ríe levemente con aquellas bromas y luego fija su mirada en el pelirrojo.* Podríamos ir un día al Ogro para que pruebes las de aquí. Era mi taberna favorita mientras fuí un bastardo. *Lueguito, añadiendo mientras lanza una mirada lasciva al cuerpo del chico, musita, en un descarado ronroneo.* ¿Acaso piensas quedarte sin pantalones? *A éso, no escatima en relamerse sutilmente.*

-Regresa a la cama para tomar asiento sobre aquella, cruzándose de piernas y luego tomando la lata que había abierto para posterior dar un largo sorbo, mientras observaba atento al contrario con una sutil sonrisa en el rostro.- Qué hijo rebelde que tiene~ -Bromeó y tras ello soltó una carcajada agradable, mientras bajaba aquella lata.- Aprovecha que no está presente. Si fuera por mi te traería más seguido pero, no se puede.

Oh si... hacé mucho tiempo no bebo una cerveza. *Accede, después de aquello, con total naturalidad, pese a su tono gélido habitual, lo hace parecer casi "humano".

Destapando una de las cervezas, comienza a darle sorbos.* A madre no le agrada. Si me ve ahora mismo, se escandaliza y me da un largo sermón, sobre el recato que un Höllenfeuer debe de tener, y estar por encima de todos.

Lo lamento, no lo sabía. Realmente nadie me dice mucho que hacer y que no hacer, no esperes que haga todo perfecto y al pie de la letra si no me explican con anterioridad las cosas... -Respondió rápido y bastante nervioso de haberse equivocado una vez más, pero aún así, no repetirá nuevamente tal cosa, pero si se quedó pensativo sobre si habrá otras pertenencias de otros siervos que estuvieron antes que él en el castillo.- Al menos prueba una de las cervezas.. quería compartirlas contigo.

Estaba dañado dices... *Por supuesto que, al escuchar aquello, su alivio se hace presente. Sin embargo, tampoco está muy complacido.* Voy a ser claro y espero entiendas y jamás vuelvas a hacer lo mismo. No puedes vender nada de éste castillo, para conseguirlo nada para tí. Lo que hiciste, merece un castigo, que dejaré pasar sólo porque era un artilugio de la sierva del viejo cenil al que maté. *La dureza y gelidez de sus palabras, en ése momento, sólo podrían ser comparables al filo de una espada. Sin más, sus órdenes son claras para el jóven.*