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H1576413 · F
— Me temo que cerrarán pronto. Si no nos marchamos de inmediato, quedaremos encerrados aquí... Sería escalofriante, ¿no? — Sonrió, desviando la mirada a un costado.
H1576413 · F
Se levantó de la banca, pesarosa, desperezándose instantes previos a dar media vuelta y recorrer el largo camino que conectaba a la salida. Sin embargo, vio su propia sorpresa plasmada en un par de ojos a unos metros de distancia. Apostaba el haberse quedado sola, pero no le molestó el errar.

Alcanzó a notar la libreta entre sus manos, y con ello, una nueva duda brotó en su mente. Era poco cotidiano encontrar a una persona escribiendo en lugar de rezarle a los santos postrados a la imagen de Cristo.

Torció la boca. Le fue inevitable sentir curiosidad por lo que hacía. Así que, antes de retirarse del recinto, Helena se acercó al hombre. Lo último que deseaba era sonar entrometida... más de lo que seguro ya sonaba.

— Buenas...— Hizo una pausa para nada discreta, pues su mirada se encargó de escudriñar aquel cuadernillo. ¡Vaya! Sólo encontró letras y letras; llegó a creer que estaba pintando alguna de las esculturas —... tardes — Se le escuchó cierta desilusión.
H1576413 · F
Helena rompió el silencio con un suspiro lóbrego. Si lo pensaba dos veces, estar buscando consuelo a sus plegarias en una iglesia era equivalente a exponerse al cielo y, con ello, que mandasen alguna horda de ángeles cuyo propósito era atraparla. Qué mal sonaba eso.

El gesto tristón plasmado en su rostro mutó a llana melancolía, a ironía y cierto grado de decepción. Hasta donde lograba recordar, desde el día de la creación su único motivo era complacer la voluntad de Dios, encaminando al hombre por el sendero de la buena voluntad pero ahora que escapaba del acecho de sus superiores, ¿qué le restaba hacer?

No pertenecía al mundo mortal, el cielo clamaba justicia por su desobediencia y aliarse a la Estrella de la mañana estaba fuera de discusión. Todo apuntaba a que estaría atada a la tierra hasta que sus cualidades angelicales desaparecieran y se volviera un mortal.

La tarde comenzaba a caer, debía volver a casa. (...)
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Tras hacer un par de anotaciones en la libreta, se enderezó y notó con asombro que la iglesia se había vaciado en un santiamén, él y una chica de cabello oscuro a unas bancas de distancia eran los únicos que permanecían ahí.
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Si bien su interés por la religión era prácticamente nulo, pues se consideraba seguidor del pensamiento agnóstico, su avidez por la literatura y las artes era innegable, lo cual lo llevó a indagar aún más en el tema de su investigación.

Esa mañana de camino a la biblioteca, pasó como todos los días por la iglesia de la ciudad. ¿Habría algo ahí que le ayudara a seguir construyendo su historia? No tardó en decidirse a cruzar la calle y entrar al edificio, le era difícil recordar cuándo había sido la última vez que había visitado un lugar como ese, habría sido durante su infancia, concluyó.

Se sentó en la última banca junto al pasillo y sacó una pequeña libreta maltrecha que siempre llevaba en el bolsillo. Sus ojos observaban con interés cada detalle arquitectónico, artístico pero especialmente, conductual. Su atención se había desviado a los fieles que sin una pizca de duda elevaban sus rezos a un ser superior y todopoderoso que él desconocía.
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Habían transcurrido un par de meses difíciles para William Henderson, un escritor medianamente conocido que, desde su última novela exitosa, no lograba crear algo digno de compartir con su editora. La mujer altamente capacitada lo presionaba semana a semana y con justa razón; pues, debido al contrato que había firmado con la editorial hacía ya dos años, era necesario que William presentara un manuscrito revisado en los meses próximos.

Una tarde mientras se dedicada a ordenar una sección de libros de literatura medieval en la biblioteca de la que era dueño, la idea de su próxima obra le vendría como caída del cielo. Encontró un antiguo libro que exponía toda clase de detalles sobre las criaturas celestiales más famosas de la historia: Los ángeles. Pero no fue hasta que se encontró con la sección que hacía alusión a una subespecie de estos seres –los ángeles caídos– que decidiría que aquella era una línea de estudio digna de seguir.
H1576413 · F
¿Qué conseguiría regresando al cielo? Que los ángeles de mayor rango terminaran por lanzarle la condena a la que tanto le huía. Era un caso perdido, un ángel desobediente.

Por dejarse llevar en esa corriente de pensamientos devastadores, Helena no percibió la retirada de los fieles que, tras ofrecer flores y rezos, regresaron a las labores del día.

Poco a poco la iglesia fue quedándose vacía. Helena fue la única “persona” ocupando una banca elegida al azar.

Una oportunidad, solo una. ¿Es que ni siquiera eso merecía?
H1576413 · F
Ni siquiera los ángeles como ella habían sido construidos para ceñirse a las maravillas de las que tanto se jactan ciertos autores.

El desánimo evaporó el tenue brillo de esperanza en su mirada. Si ellos no conseguían el perdón de ciertos ángeles y arcángeles, ¿qué posibilidad cabía en el universo para que ella sí?

Se pasó las manos por los costados del rostro, anclando los dedos a las hebras azabache que componen su larga y abundante melena. Tal vez debía rendirse y quedarse en la tierra como castigo; tal vez era innecesario seguir rezando noche tras noche con tal de ser escuchada. (...)
H1576413 · F
— Sé cuán grave ha sido mi equivocación — Susurró con un asomo de culpa — Sé que no he sido el mejor de tus sirvientes pero, ¿acaso existe remedio para lo que he hecho? —

Inició como una visita express a la pequeña iglesia en la ciudad, mas culminó en una larga estadía donde lanzaba preguntas a las esculturas de personalidades bíblicas, como si estas fuesen a disiparle las dudas y miedos.
Helena vio a la gente aglomerarse bajo los pies de arcángeles y pinturas que retrataban el encuentro entre esos seres celestiales y la mejor creación de Dios: el ser humano; se preguntaba si eran conscientes de lo inútil que resultaba acariciar una escultura de piedra a cambio de favores que se conseguirían por medio de oraciones y buenos actos. A veces, le parecía, que los humanos no eran tan perfectos como el creador de todo deseó que fuesen, pero, ¿cómo juzgarlos? (...)

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