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Secretos a voces, murmullos que se extendían de punta a punta en las tierras labradas por el hombre, en tierras donde las aguas se mecían según la voluntad del trazo bajo la mano de los hombres, siempre ellos.
Pero entre todos había un pecado encarnado, el colmo y la insolencia conjugados en la estrechez de su cintura, en la soltura de sus pasos a través del tiempo. Y sobre todo en aquel par de ojos que parecían devorarlo todo: Presencia, eso le sobraba ante la adversidad de su naturaleza femenina, un don entre el error que suponía, según terceros.
«Es un demonio» Decían, otros {...}
 
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H1574054 · 22-25, F
la comparaban con una Hannya, celosa, pero no de un hombre, no, de su tinta. Del lienzo y trazo que con soltura ejerce, pues aprendió de la mejor, su abuela.

Pero ella era diferente, amaba y odiaba al tiempo lo que en la piel plasmaba ¡Cuan complejo! Porque aquello que ha de crear no podía ser cien por ciento suyo, hoy lo hacia y en unas horas se iba... Y no, no cualquiera tenía la dicha de ser tocado bajo su mano.

No cualquiera tenía las agallas tampoco.

Porque entre dejar ir su trabajo y obtenerlo de vuelta, la muerte miraba de cerca y a su costado reía cuando una piel humana en sus manos yacía, acariciándola como a un objeto preciado.

Al final... Su arte siempre volvía.

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