Con el resoplar del viento que augura la llegada de una noche de plenilunio, un extraño aroma misterioso comienza a carcomer la zona del mirador desolado; un aroma sutil que viene impregnado con los placeres del sexo, la lujuria y el pecado que se esconde tras una fachada vil de características dulces; una mezcla de rosas, petricor y el jazmín. El caballero cósmico de la oscuridad emerge a paso lento y confiado, con sus habituales prendas elegantes y negras a excepción de su corbata que corta la monotonía con su rojo intenso.
El demonio se detiene al borde del mirador y sus ojos de iris doradas brillaron mientras observa la ciudad iluminada por el millar de luces de colores. La vista es impresionante, como si fuera un mar de luz en movimiento que se extiende ante él, con sus rascacielos altos y sus ajetreadas calles llenas de gente.
Habían pasado un par de días desde que llegó y descubrió este lugar de forma casual mientras hacía su típica caminata para despejar la mente y ordenar ideas, le gustó, y por esto, se sentó en una de las bancas bajo una lámpara que proyectaba sobre él una luz dramática que resaltaba sus varoniles y atractivos rasgos blancos y cabello plateado. Del bolsillo interior de su saco, tomó el zippo y la cigarrera de plata pura de la cual, al abrirla, sacó un cigarrillo negro y lo puso entre sus labios para prenderlo.
