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SW-User
-De Glask no esperaba nada. Había crecido en la opulencia, exigiendo, haciendo y deshaciendo a placer. No solía encapricharse cuando consideraba algo que no valía su tiempo si no llamaba su atención o la fastidiaba y Glask había logrado precisamente lo segundo ante su actitud petulante.
Se abrió paso entre los presentes, colocándose en primera fila mientras el coreano, Lee Han Cho, finalmente se dignó a prestar atención a la dama de cabellos oscuros que seguía aplaudiendo como si de verdad le admirara.
__ ¡No se preocupen! __ Exclamó Lee cuando miró su lujoso reloj y notó que era tarde para el evento principal que se había señalado en la invitación: “Subasta”. __Estamos por empezar. Por favor, pasemos al otro lado del yate, la mercancía ya está exhibida. __ Y sonriendo, dio un sorbo a su copa, mirando a Amaie desde la tarima, antes de entregársela a un mesero para dedicarle de inmediato una sonrisa a la mujer. Bajó esta de la tarima para dirigirse a ella.
__ Hello__ Le habló él, como si creyera que ella no entendería el idioma. Japonesa o no, sabía hablar varios idiomas que ahora, sin dudas, le abrirían muchas puertas en su nueva realidad. Lee ofreció el brazo a la joven quien de inmediato se enganchó a él, como un pez mordiendo el anzuelo. Caminaron entre la concurrencia, mientras Lee le hacía conversación a la dama que se presentó como Saigo Amaie, heredera de la fortuna de una poderosa y tradicional familia japonesa.
Y entonces, al llegar al otro lado del yate, pudo verlas.
Ataviadas por delgadas batas de gasa que apenas si dejaban algo a la imaginación, diez jóvenes de apenas unos 12 a 17 años, se mantenían de rodillas, encadenadas de los tobillos a unos gruesos eslabones al suelo del yate. Temblaban de frío, de miedo. Algunas lucían incluso cansadas, desveladas, desnutridas, pero eso no evitaba que debajo del greñero, su belleza fuera tan evidente.
¿Cómo Amaie había llegado a un lugar tan… corrupto y pervertido?
“Acciones. Si quieres redención muéstrame tu valía con acciones”
La voz de su Diosa la alentaba. No necesitaba mayor motivación que poder servirle tras el regalo de la vida que le otorgó.
Disimuló un expresión de asco ante la escena, pero debía resistir más, solo un poco más.
—¡INICIEMOS LA SUBASTA!
Se abrió paso entre los presentes, colocándose en primera fila mientras el coreano, Lee Han Cho, finalmente se dignó a prestar atención a la dama de cabellos oscuros que seguía aplaudiendo como si de verdad le admirara.
__ ¡No se preocupen! __ Exclamó Lee cuando miró su lujoso reloj y notó que era tarde para el evento principal que se había señalado en la invitación: “Subasta”. __Estamos por empezar. Por favor, pasemos al otro lado del yate, la mercancía ya está exhibida. __ Y sonriendo, dio un sorbo a su copa, mirando a Amaie desde la tarima, antes de entregársela a un mesero para dedicarle de inmediato una sonrisa a la mujer. Bajó esta de la tarima para dirigirse a ella.
__ Hello__ Le habló él, como si creyera que ella no entendería el idioma. Japonesa o no, sabía hablar varios idiomas que ahora, sin dudas, le abrirían muchas puertas en su nueva realidad. Lee ofreció el brazo a la joven quien de inmediato se enganchó a él, como un pez mordiendo el anzuelo. Caminaron entre la concurrencia, mientras Lee le hacía conversación a la dama que se presentó como Saigo Amaie, heredera de la fortuna de una poderosa y tradicional familia japonesa.
Y entonces, al llegar al otro lado del yate, pudo verlas.
Ataviadas por delgadas batas de gasa que apenas si dejaban algo a la imaginación, diez jóvenes de apenas unos 12 a 17 años, se mantenían de rodillas, encadenadas de los tobillos a unos gruesos eslabones al suelo del yate. Temblaban de frío, de miedo. Algunas lucían incluso cansadas, desveladas, desnutridas, pero eso no evitaba que debajo del greñero, su belleza fuera tan evidente.
¿Cómo Amaie había llegado a un lugar tan… corrupto y pervertido?
“Acciones. Si quieres redención muéstrame tu valía con acciones”
La voz de su Diosa la alentaba. No necesitaba mayor motivación que poder servirle tras el regalo de la vida que le otorgó.
Disimuló un expresión de asco ante la escena, pero debía resistir más, solo un poco más.
—¡INICIEMOS LA SUBASTA!