-Enarcó una ceja ante la actitud ajena. Cruzándose de brazos, deslizó el pie derecho ligeramente al frente, para cambiar su postura, devolviendo el desdén que aquel le dedica.

—No lo sé, algo me dice que eres otro más que se cree dueño del mundo. He visto reyes caer desde más alto de dónde te crees estar.

Espetó la mujer con un ligero fruncimiento de labios. La había disgustado, sobre todo por su atrevimiento. Nadie jamás le había hablado de esa forma.

Lo miró de arriba a abajo justo en el instante en que su chofer arribaba al lugar para recogerla en un lujoso Mercedez color Champagne.

—Me aseguraré de hacerte pagar por tus palabras en otro momento.

Y subió al automóvil luego que su chofer le abrió la puerta. Tenía un evento al que no podía faltar. El chofer cerró la puerta y tras darle la espalda al caballero, subió al automóvil y arrancó sin más, para perderse entre los autómoviles de la autopista.-

—De alguna forma, lo dudo.

Sinceridad ante todo; pero en labios de Glask, del arrogante dios de la calamidad, incluso una simple observación veraz sería como una bofetada, al dejar de relieve sin tapujos la superioridad de la que se creía revestido. Tenía motivos sobrados para ello, por supuesto; pero eso no haría menos enojoso su carácter... Ni podría hacer que le importase siquiera un ápice más el demostrarla.

—Pero si probara alguna de mis teorías en ti, no tardarías en romperte. —Por fin alzó la mirada: hasta ese momento ni siquiera se había dignado mirarla al rostro. Pero cuando lo hizo, solo había una emoción clara en sus ojos: desdén. —Así que no me pongas a prueba. Sería una pena ver esa preciosa faz corromperse tan solo porque quiero que así sea.

—Me encantaría ver como harías eso.

Respondió Amaie con un repentino cambio en el tono de voz. Retador, autoritario. No acostumbraba escuchar protestas y fue por esto que no pudo ocultar su molestia. -

Al contrario de Amaie, la expresión de Glask se mantuvo impasible. Disgusto, contrariedad, ofensa; nada, ninguna de esas emociones se manifestó en su semblante engañosamente sereno; el que, fuera de un levísimo alzar de ceja, se mantuvo sin cambio alguno.

—Sí, lo pareces. —Hablaba con tanta sinceridad como calma, desprovisto de burla: para él, los mismos dioses eran sus sujetos de prueba. —Y, a menos que cuides lo que dices, lo serás pronto.

-Acerca la diestra sobre los labios, disimulando una modesta risilla.

—¿Parezco acaso un conejillo de indias? En todo caso, aquí tú eres el objeto de observación.

Fue su forma de decir que había despertado su curiosidad.-

—Interesante. ¿Debería hacer pruebas en ti también? Aprenderemos juntos, hm.

—Está en mi naturaleza aprender todo lo que pueda y cómo actuar en consecuencia. —

—Nada que deba compartir, a menos que esté en tu naturaleza contemplar el sufrimiento y aprender de él.

—Un centavo por tus pensamientos —