El rostro de la criatura anunció un pico de pájaro: ojos negros, labios grandes, una cresta, como si se tratara de una lechuza. Él, por tanto, se llevó las manos a las orejas cuando la criatura comenzó a cantar pese a que podía ser una mera alucinación. Aunque no lo era, pues el reflejo de la noticia que le daba era el centro de su luz.

Temía, pero el arrullo de las dos damas lo mantenían firme, consagrado ahora a la ausencia de la nobleza del emperador creador. Suspiró, abrió la boca para dejar escapar un chillido similar al de un ave; pues era el canto de un ave lo que lo había creado. Cayó de rodillas, cuando despegó el hechizo que hacia al bebé despertar. Entonces se silenció, pese al temblor que burlaba a su cuerpo de manchada y nevada hermosura.