Entre su orgullo y el hecho de que Ophelia se hubiera medido, disimular el leve dolor que el golpe le había causado fue tarea fácil: su pequeña sonrisa arrogante siguió incólume. Adoptando un aire a medias entre lo paternal y lo burlón, Galford palmeó un par de veces la cabeza de la pelirroja, mostrándose condescendiente. —Hace tanto de eso, y aún lo sigues presumiendo... Déjalo, Ophelia. Te daré un caramelo por el esfuerzo.