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Alrededor del árbol de la vida y la fuente de la juventud, Gehen había levantado un laberinto de flores y árboles que se nutrían de la magia que emanaba el árbol blanco que le daba vida a toda la flora y fauna. Y ella pasaba el 98% de su tiempo revisando aquéllos lugares, en esta dimensión y en las otras.
Su trabajo a veces era solitario, era como un fantasma caminando por jardines sagrados. Solo el trinar de las aves acompañaba el tarareo de la mujer. Mientras hacía florecer con su magia cada pequeño capullo de flor.
 
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Habia transitao ya aquél sendero junto a su hijo mayor Nadurtha, ya que él era quién en su ausencia tendría que hacer aquél trabajo tan sagrado y caritativo para su entorno.
Pero ese día era especial por que pese a que ella se dirigía a la entrada del laberinto pudo notar como las flores del césped iban abriéndose y mostrando ese color tan vivaz (Fucsia) eso solo significaba una cosa, su esposo estaba siguiéndola. Era lo único aparte de ella que hacía florecer de esa forma la vida.
Volteó al escucharlo y lo observó en silencio, pensó en la probabilidad de separarse allí dentro. (...)
 
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