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—Mujeres...

Dijo para sí, si bien el acto de Lena le había provocado una suave risa de ternura. Talló su mentón, pensando.

—Bien... Vayamos a comprar ropa primero, ¿qué dices? Serán un poco complicadas las cuentas del mes, pero creo que puedo hacerlo si me organizo.
—¿Una cita?

Parpadeó un par de veces antes de ponerse como loca en búsqueda de algo qué ponerse.

—¡Por qué no lo dijiste antes, Gabriel? No tengo nada lindo que usar.
—Vamos, entonces. Será como una cita.

Tocó la suave y mullida mejilla ajena con el índice, antes de terminar de alistarse para salir.

—Es la primera vez que comemos sólo tú y yo en algun sitio fuera, ahora que lo pienso.
—¡Hamburguesas!

Soltó apenas su hermano mayor había terminado de hablar. Los ojos expresivos de Lena llegaban a brillar de emoción y un hilillo de baba caía desde sus labios. A pesar de ser algo tan simple, la comida chatarra se convirtió en un lujo ante la precariedad con la que vivían.
—Sí, sí... Tienes razón.

No supo cómo pasó a tomar el rol de regañado, pero no iba a reavivar el conflicto. Le soltó y caminó hasta una pila de la ropa, de la cual tomó su camisa.

—Vamos a comer, yo invito. Hice un par de horas extra y creo que podemos darnos un pequeño lujo. ¿Qué te gustaría comer?
Iba a responderle, pero prefirió guardar silencio porque sabía que sí lo hacía, él la iba a regañar como siempre.

—¡Entonces convivamos en paz! No quiero que te enojes. ¿Por qué no comemos algo rico para pasar el mal rato? Eso me haría muy feliz.
—No digas estupideces. ¿Echarías por la borda todo el esfuerzo sólo porque yo te lo pido?

No era una pregunta retórica, aunque también sabía la respuesta. A veces no sabía si esa bondad e ingenuidad en ella era una virtud o un defecto.

—Iré tras de ti si te vas. Lo sabes.
—Pero nos queda poco.

Tímidamente levantó la diestra para dejarle una caricia en la mejilla, un tanto nerviosa por su reacción, pero al verlo ceder, se tranquilizó.

—¿Acaso te aburriste de estar conmigo todo el tiempo? No me importaría irme para que seas el ganador.
—No necesito que nadie me...

Se detuvo, claramente mentía. Se habría vuelto loco hace meses de no ser por ella. Probablemente estaría muerto, quién sabe. Suavizó la manera con la que le apretaba, pasó de sostenerle a acariciarle. También se suavizó su mirada.

—Perdón... A veces todo esto me saca de quicio, por más tiempo que pase es imposible acostumbrarse.
—¡Cuidado!

Se abalanzó al balcón al ver caer el cigarrillo, pero sin siquiera alcanzar a llegar ya tenía el rostro alzado hacia él. Lo último que quería era molestarlo.

—¡No te estoy comparando! Solo quiero cuidarte.

Curioso era que él hombre con peor carácter terminara siendo con el que más se encariñó en aquel encierro.

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