— No puedes pedirle eso a una gata, por el amor de Dios —rodó los ojos—, estoy siendo muy benevolente, si hubiera querido, me quedo con todo el cargamento y te dejo pudrirte en esta asquerosa ciudad. Ni para tu reina diamante, ni para ti; ¿acaso crees que no sé lo que vale un gramo, en comparación de lo que te va a pag...? —y justo cuando sacaba la máscara del murciélago de ese maletín, sus ojos se iluminaron como grandes esmeraldas—. ¿Por qué no nos quedamos con todo? —se puso de pie con ambas máscaras en mano: gata y murciélago. Sólo que la suya era la auténtica, ni siquiera alcanzó a corresponder a ese beso, pues quería ver cómo reaccionaba—. Tienes un minuto para decidir, Punisher. Tápate esa calavera y ponte esto. Ya lo vi en persona y son del mismo porte.