|- Máximo. ¿El velo es necesario? -| Pregunta el albino a la mitad de aquella gala tan esperada. Un salón entero, abarrotado, se encuentra a espaldas del científico; puede sentir las miradas de aquellos quisquillozos a su espalda, experimenta cómo metículosamente evaluan cada movimiento y cada reacción física algo que, sumado a las multitudes, lo pone muy nervioso ciertamente. Viste un traje de gala y desde la cabeza hasta los pies es cubierto por un largo velo blanco, mientras sostiene sobre la cabeza de su indiscutible camarada, líder y mejor amigo una corona.
Se encogió entre sus hombros con la misna sonrisa, sus ojos de un rojo oscuro, apagados por alguna razón y se limitó a tomar de la mano al almirante para jalarlo hacia él. Lo abrazó con fuerza y palmeó la espalda, estaba muy alegre y a la vez preocupado, era algo de esperarse que sintiera eso.
—Felicidades, Máximo. No te apagues, sigamos brillando todos aquí.—Habló con euforia, tambaleandose a los lados con el pelirojo. Lo demás no le prestó atención, realmente estaba ahí solo por su amigo.
