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[...] ansiado, pues dispuesto estuvo a dejarse desollar para ella jamás sentir frío, le dio el derecho del tacto indiscriminado, aceptó el gusto por su inmaculada cercanía. Sin siquiera emitir respiración la escuchó condenarse a la permanencia, a dejarse azotar por el viento invernal que él encarnó, esa pequeña flor solitaria que decidió permanecer en la sima del noveno abismo. Y luego de su entrega, la veracidad de su inquebrantable promesa él la aceptó al intimar nuevamente las miradas, ni siquiera la casualidad hizo que se alejasen estas, sin temor y con insistencia penetró a través de sus pupilas, no por recelo, sino para empaparse de todos esos sentimientos desbordados por la inhumana. Era contagiosa esa viciosa dicha, la turbación trasmitida, para su fortuna, se perpetuó en su vacuo interior, el olvido se mantuvo lejos en el instante culmen del anhelo, el rastro más claro de él que tuvo de ese amor. Acorde al cuidado que mereció, se rompió la anterior posición, dejó [...]
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